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El Cártel de Sinaloa pierde a otro operador en balacera con autoridades

Las balas escriben otro capítulo sangriento mientras las instituciones se preguntan quién vigila a los vigilantes.

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En un giro argumental que ni el más creativo guionista de narcoseries habría osado imaginar, Jesús Norberto Larrañaga, alias “El 30”, pasó de ser un peón del ajedrez criminal a convertirse en estrella fugaz de la balística institucional. Las autoridades mexicanas, en un alarde de eficiencia tan inusual como sospechosa, lograron lo que sus colegas estadounidenses no pudieron: convertir al presunto operador del Cártel de Sinaloa en un colador humano durante un operativo en Tacuichamona.

Como en toda tragedia griega moderna, hubo daños colaterales: un tal Jesús Alexis (apellido innecesario, pues la prensa ya lo redujo a una simple “N”) se llevó el premio gordo de la lotería balística. Entre los trofeos de guerra: armas que costaron más que el presupuesto anual de una escuela rural y vehículos con blindaje superior al de los hospitales públicos.

Mientras tanto, el titular de Derechos Humanos de Sinaloa, Oscar Loza Ochoa, demostró que la burocracia es el arte de mover papeles mientras la sangre se seca: anunció con solemnidad la apertura de una carpeta de investigación, ritual tan predecible como inútil. “Ya pedimos informes”, declaró, en lo que podría ser el lema institucional de México. Lo cómico: sugirió que el caso terminaría en manos de la CNDH, organismo especializado en archivar escándalos en expedientes polvorientos.

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El epílogo lo escribieron seis vehículos abandonados, esperando a peritos que llegarán cuando el rastro de pólvora se haya disipado. Así funciona la justicia en el México surrealista: balas primero, preguntas después (si acaso).

Nota del satírico: En este país, los narcos caen más rápido que las tasas de homicidios impunes.

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