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El circo de la paz en la era de los conflictos globales

El circo de la paz en la era de los conflictos globales

En un alarde de originalidad que dejó boquiabiertos a los asistentes, un emisario del reino de Noruega, ese faro nórdico de neutralidad y bienestar, ha vuelto a descubrir la pólvora diplomática: resulta que los conflictitos pequeños, si no se les pone freno, ¡pueden convertirse en conflictazos monumentales! Una revelación tan profunda que solo puede ser enunciada en un foro universitario, lejos del rugir de los tanques y del olor a pólvora que perfuma el multilateralismo actual.

El ilustre embajador, veterano en el arte de mediar entre quienes se dedican a masacrarse mutuamente, pontificó sobre la necesidad de que el orbe esté en armonía. Una armonía que, por supuesto, excluye el tráfico de drogas, la migración incontrolable (pero muy controlablemente inaceptable) y el comercio de armas. Un discurso conmovedor, especialmente comingo de una nación cuyo fundón de riqueza se basa en extraer recursos naturales y vender tecnología a diestro y siniestro en un mercado global… armónico.

Con una ironía tan deliciosa que casi pasa inadvertida, el enviado noruego señaló el elefante en la habitación: la guerra en Ucrania, ese “afrenta a todo lo trabajado en el multilateralismo”. ¡Toma ya! Claro que, cuando se es un país de la OTAN, condenar a Rusia es de rigor, pero vender gas para suplir el que Europa ya no compra a Moscú… eso ya es pura casualidad del mercado. El multilateralismo, al parecer, es como un traje a medida: se ajusta perfectamente… a los intereses de quien lo viste.

Y he aquí que México, ese paraíso de la paz social y la estabilidad, es ensalzado como un líder significativo en la reforma de las Naciones Unidas. ¡Bravo! Nada como un país que libra su propia y sangrienta guerra contra el narcotráfico para dar lecciones sobre cómo hacer que el sistema multilateral funcione. La paz mundial es frágil, advirtió el embajador. Y no es para menos, cuando los mismos que predican la paz en los foros venden las armas que alimentan los conflictos.

El colmo del esperpento llegó cuando el diplomático, con una solemnidad digna de mejor causa, explicó la dificultad de sentar a la gente a dialogar. “Convencerlos de optar por el diálogo en lugar de la lucha armada”, musitó, como si se tratara de elegir entre café o té, y no entre la vida y la muerte. ¡Qué fácil es ser imparcial cuando se llega de un país que no huele a pólvora! La neutralidad, en estos casos, suele ser el disfraz favorito de quienes tienen mucho que perder si se mojan.

Y por supuesto, no podía faltar el guiño progresista: la ausencia de mujeres en las mesas de negociación. Una crítica aguda… que viene de un señor que representa a un gobierno y a unas estructuras de poder mayoritariamente masculinas. ¡Vaya audacia señalar la paja en el ojo ajeno cuando se lleva una viga en el propio! Pero, eso sí, “tratamos de escucharlas”. Magnánimo gesto.

La joya de la corona fue la lección de humildad: la solución debe emanar del interior del país, no de fuera. Cinco años de paciencia en Colombia, dijo. Cinco años de pasos pequeños y grandes retrasos, mientras la sangre seguía corriendo. Qué cómodo es predicar la paciencia desde la lejanía geográfica y política. La humildad, al parecer, es la virtud que mejor practican aquellos a quienes el conflicto no les quita el sueño… ni les vuela la casa por los aires.

En definitiva, otro capítulo más en el grandioso espectáculo de la diplomacia internacional, donde se condenan las guerras con la misma boca que se firman los acuerdos comerciales con quienes las provocan. Un mundo donde la cultura de la paz se reduce a un eslogan bonito para universitarios idealistas, mientras los señores de la guerra, los traficantes de armas y los embajadores de la hipocresía siguen girando, imperturbables, en su danza macabra.

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