El circo de la seguridad en Tula donde los ladrones de combustible escriben las reglas

En un giro tragicómico que Jonathan Swift hubiera firmado, el gobernador de Hidalgo, Julio Menchaca Salazar, anunció con solemnidad burocrática una nueva estrategia de seguridad. La razón: las bandas criminales, en su insaciable sed de petróleo ajeno, han convertido Tula en un parque temático del crimen donde los tiroteos son la atracción principal.

Las estadísticas, ese artefacto para maquillar realidades, muestran un aumento de homicidios digno de una temporada final de Game of Thrones. Pero no teman, ciudadanos: el Gabinete de Seguridad (esa liga de superhéroes en traje de oficina) ha decidido replantear lo que nunca plantearon. El secretario Salvador Cruz Neri, en un arrebato de creatividad, propone… ¡coordinar más reuniones!

Menchaca, orgulloso, revela que su administración ha recuperado cinco millones de litros de combustible robado. Lo que no dice es que eso equivale a llenar la piscina olímpica de la corrupción hasta el borde. Los operativos, afirma, han desarticulado células criminales. Traducción: han arrestado a los peones mientras los capos siguen firmando cheques desde sus mansiones.

El gobernador insiste en que la violencia se debe a reacomodos internos entre bandas. Es decir: los ladrones están tan ocupados matándose entre ellos que ni siquiera notan a las autoridades jugando al gato y al ratón. Eso sí, subraya con candor que la prioridad es proteger a la ciudadanía. ¿Será por eso que los únicos que duermen tranquilos son los funcionarios con escolta?

El epílogo de esta farsa es predecible: más coordinación entre fuerzas. O lo que es lo mismo, más actos protocolarios donde se reparten culpas como si fueran canapés en un cóctel. Mientras tanto, en Tula, el combustible sigue fluyendo… hacia las manos equivocadas.