El circo de los descuentos y la épica batalla de Profeco

El circo de los descuentos y la épica batalla de Profeco

En el grandioso teatro nacional conocido como El Buen Fin, un espectáculo de ilusionismo masivo donde los precios se esfuman más rápido que la credibilidad de un político, la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) se erigió como el héroe trágico que resolvió la asombrosa cifra de 53 inconformidades de las 56 presentadas. Una hazaña burocrática comparable a encontrar una aguja en un pajar, si el pajar estuviera hecho enteramente de agujas falsas.

Gracias a esta titánica intervención, se logró rescatar la modesta suma de 232 mil 440 pesos de las fauces del Leviatán comercial, un monto que probablemente no cubriría el costo de los reflectores que iluminan este circo anual del consumo. De las quejas restantes, una yace en el limbo de los trámites, otra carece de los datos necesarios —como intentar denunciar un fantasma— y la última simplemente no competía a la Procuraduría, demostrando que hasta en el caos hay un orden perfectamente inútil.

Un 66% de los agravios correspondió al sagrado incumplimiento de precios, promociones y ofertas anunciadas, esos espejismos publicitarios que convierten el “hasta 70% de descuento” en la versión moderna de la piedra filosofal: todos la buscan, nadie la encuentra.

La Profeco, en un destello de lucidez, reconoció que pantallas, electrodomésticos y dispositivos móviles son los nuevos fetiches de nuestra religión consumista. Estos artefactos sagrados, nos explican, “pueden llegar a tener ofertas y promociones en conjunto, lo que representa un ahorro en el bolsillo”. Una afirmación tan cierta como decir que un naufragio representa una oportunidad para nadar. No obstante, la institución admitió que precisamente esta mercancía de culto concentra el 50% de las solicitudes de conciliación, revelando que los altares del consumo están llenos de ídolos con pies de barro.

La geografía del desencanto

El Estado de México, la Ciudad de México e Hidalgo se coronaron como los epicentros del descontento, concentrando alrededor de la mitad de las reclamaciones por incumplimiento de precios de electrodomésticos y electrónicos. Parece ser que en estas regiones la fe en las ofertas milagrosas es directamente proporcional a la magnitud del desengaño.

Mientras tanto, la Profeco brindó 4 mil 536 asesorías en todo el país, donde el 54.2% se dedicó a orientar sobre cómo hacer valer derechos que, aparentemente, necesitan más protección que una especie en peligro de extinción. Un 28.7% explicó los trámites institucionales —ese laberinto donde las esperanzas van a morir— y el 17.1% restante atendió quejas por la negativa a entregar productos, cancelación de compras e incumplimiento de ofertas: el repertorio completo del engaño creativo.

El recorrido del inquisidor

En lo que solo puede describirse como un safari por la jungla del consumo, el titular de la Profeco, César Iván Escalante Ruiz, recorrió los pasillos de supermercados en Iztapalapa como un antropólogo estudiando los rituales de una tribu extraña. Su misión: verificar que los precios estuvieran a la vista y observar que se especificaran términos y condiciones, esos textos que nadie lee, como los mandamientos de una religión en la que ya nadie cree.

En su epifánico recorrido, el funcionario observó que las tiendas ofrecían “hasta el 70% de descuento” y promociones como las “bonificaciones directas en carrito”, esas migajas que el sistema arroja a los consumidores para mantener la ficción de que están ganando algo en este intercambio desigual.

La Profeco, en un llamado a la resistencia, pidió a los ciudadanos reportar “las prácticas y cláusulas abusivas, e información engañosa que induzca al error”. Es decir, les pidió que señalen el agua en el océano. Para esta cruzada quijotesca, la institución puso a disposición el Teléfono del Consumidor y el mecanismo Conciliaexprés, porque nada dice “eficiencia” como burocracia y líneas telefónicas saturadas frente a la maquinaria perfectamente aceitada del marketing engañoso.

Así concluye otro capítulo de esta comedia anual donde, por unos días, todos creemos que el sistema nos debe algo, antes de volver a nuestra condición natural de espectadores engañados en el gran teatro del consumo.

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