El circo parlamentario donde los golpes reemplazan a los argumentos

El circo parlamentario donde los golpes reemplazan a los argumentos

La pedagogía cívica, según el manual de conducta del hemiciclo.

El sublime espectáculo ofrecido el pasado lunes en el Congreso de la Ciudad de México —ese templo de la razón y el debate— no fue, como los ingenuos podrían pensar, un lamentable desliz. Fue, en realidad, una fiel representación de los nuevos y vigorosos métodos dialécticos adoptados por nuestra clase política. Durante la discusión de un dictamen para hacer desaparecer, con la delicadeza de un mago, al Instituto de Transparencia, Acceso a la Información Pública, Protección de Datos Personales y Rendición de Cuentas (Info CDMX), un nombre tan largo que parece diseñado para que nadie recuerde su función, diputadas de Morena y del PAN protagonizaron un enriquecedor intercambio de puntos de vista táctiles. Gritos, empujones, estudios avanzados de tricología aplicada (jalones de cabello) y un florilegio de insultos sustituyeron a los aburridos discursos. La diputada Daniela Álvarez, del PAN, denunció desde la tribuna la ruptura de un “acuerdo político”, una noción tan etérea en ese contexto como un pacto de caballeros en una pelea de gallos, y anunció que su bancada “tomaría la tribuna”, acto que, en la jerga parlamentaria moderna, equivale a declarar la guerra de guerrillas en un salón de té.

¿Qué ocurrió durante este seminario avanzado de democracia participativa?

El presidente de la Mesa Directiva, Jesús Sesma, intentó, con la futilidad de un director de orquesta sordo, imponer algo llamado “orden”. Sus esfuerzos fueron ahogados por el coro gutural de sus colegas. La diputada del PRI, Tania Larios, demostró una encomiable iniciativa al escalar el área de sonido para apoderarse de los micrófonos, instrumentos de poder más codiciados que el cetro real, mientras sus oponentes morenistas ejecutaban una defensa numantina. En el clímax de esta ópera bufa, se desarrolló un ballet de agresión capilar entre Álvarez, Yuriri Ayala, Claudia Pérez y Rosario Morales. Mientras tanto, Olivia Garza tocaba la campana con la desesperación de un marinero en un naufragio, y la bandera monumental, quizás sobrecogida por la vergüenza patriótica, optó por desprenderse y huir de la escena.

Una tradición gloriosa y repetitiva

Sería un error garrafal considerar estos hechos como excepcionales. Nuestros legisladores locales son fervientes custodios de una rica tradición de confrontaciones físicas. En marzo de 2023, un enconado debate sobre la propiedad de un micrófono degeneró en un intercambio de arañazos y empujones entre diputadas de Morena y PAN, un Punto de Acuerdo que se resolvió con puntos de puño. Figuras como Gabriela Salido, Marcela Fuente, Ana Villagrán y Circe Camacho escribieron, con sus uñas, otro capítulo de esta historia.

Y no olvidemos diciembre de 2022, cuando los entonces legisladores Jorge Gaviño y Jesús Sesma —sí, el mismo árbitro de la función del lunes— elevaron el tono del debate sobre la Ley de Bienestar Animal a un nivel puramente corporal. Los pasillos del Congreso se transformaron en un dojo improvisado, donde los argumentos se midieron por la fuerza de las patadas y la elocuencia de los insultos, demostrando que, en materia de bienestar, algunos prefieren aplicar la ley del más fuerte.

En conclusión, mientras el ciudadano común se distrae con trivialidades como la transparencia o la rendición de cuentas, nuestros representantes, con un sacrificio encomiable, ensayan en vivo y a todo color una nueva forma de teatro político: el drama físico, donde cada sesión es una lección práctica de que, cuando las ideas flaquean, los codos y los tirones de cabello toman la palabra.

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