El circo político ante un Nobel polémico

En un espectáculo de ecuanimidad que habría dejado pálido al mismísimo oráculo de Delfos, la aristocracia política opositora mexicana se deshizo en efusivos elogios hacia María Corina Machado por la adquisición del codiciado Premio Nobel de la Paz 2025. Mientras, en un rincón del coliseo, la máxima mandataria, Claudia Sheinbaum</strong, ejecutó una magistral pirueta dialéctica digna de un tratado de alta diplomacia: la soberanía de los pueblos como escudo retórico para el silencio.

Desde su púlpito mañanero, ese ritual sagrado de la liturgia gubernamental, la Presidenta ofreció una joya de la ambigüedad constitucional: “Siempre hemos hablado de la soberanía y de la autodeterminación de los pueblos, no solamente por convicción, sino porque así lo establece la Constitución y me quedaría hasta ahí el comentario”. Una declaración tan profunda y elusiva que podría interpretarse tanto como un apoyo tácito como una condena silenciosa, o simplemente como la lectura en voz alta de un artículo legal para llenar el tiempo entre una pregunta incómoda y la siguiente.

En el otro extremo del circo romano, Alejandro “Alito” Moreno, el gran maestre del otrora partido hegemónico, se erigió en heraldo de la causa libertaria. Con la vehemencia de un cruzado moderno, proclamó en el ágora digital que el galardón no solo honraba el valor y liderazgo de la laureada, sino que simbolizaba el espaldarazo definitivo a la gesta heroica para liberar a Venezuela de las garras de la “narcodictadura terrorista y comunista” que oprime a la patria de Bolívar. Una proclama tan sutil como un cañonazo en una librería.

El dirigente describió el premio como un homenaje a la resistencia del pueblo venezolano, una épica que, según su peculiar óptica, debe servir de faro y antorcha para evitar que el fantasma del chavismo se pasee por los pasillos de Palacio Nacional. “¡Vamos con todo!”, exclamó, en un arrebato de entusiasmo que bien podría aplicarse a una fiesta patronal o a la liquidación de una tienda departamental.

Mientras, la senadora Lilly Téllez, desde su tribuna, sentenció que el Nobel para Machado le recordaba al mundo, a Latinoamérica y en especial a México, que la paz auténtica exige libertad, justicia, democracia y valentía. Una revelación tan novedosa como afirmar que el agua moja.

La cereza en este pastel de buenas intenciones la puso el expresidente Vicente Fox Quesada, quien declaró con la solemnidad de quien anuncia el descubrimiento de un nuevo continente que nadie en el orbe merecía más el Nobel que María Corina. La catalogó como una “paladina de la paz“, cuya perseverancia conducirá al triunfo en Venezuela para que sus “maravillosos ciudadanos y ciudadanas” gocen de “los valores fundamentales de la civilización del occidente”. Una frase que, sin duda, habría provocado una sonrisa irónica en Simón Bolívar, el mismo que advirtió sobre la peligrosa ambición del imperio del Norte.

Así, entre silencios estratégicos y proclamas apocalípticas, la clase política mexicana demostró una vez más su insondable capacidad para transformar cualquier evento internacional en un espejo de sus propias batallas domésticas, en un carnaval donde la geopolítica se reduce a un telón de fondo para los monólogos de siempre.

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