Desde mi perspectiva, tras años de analizar la política energética de México, la cifra de 833 mil 403 millones de pesos en subsidios a los combustibles entre 2018 y 2024 no es solo un número. Es la evidencia tangible de una decisión de Estado con enormes consecuencias. He visto cómo estas medidas, bienintencionadas para proteger el bolsillo ciudadano a corto plazo, suelen crear distorsiones profundas y de largo aliento en el mercado.
Este monto colosal, equiparable al presupuesto anual completo de Petróleos Mexicanos (Pemex) o al valor combinado de megaproyectos como la refinería Olmeca en Dos Bocas y el Tren Maya, nos obliga a una reflexión crítica. En la práctica, sostener artificialmente los precios por debajo de la inflación es como tapar una fuga con un dedo: alivia la presión inmediata, pero no resuelve el problema estructural. La lección aprendida es que estos esquemas, mientras duran, generan una dependencia tanto del consumidor como de las finanzas públicas.
El dilema entre alivio inmediato y vulnerabilidad futura
Recuerdo claramente el periodo 2012-2018, donde una política opuesta de liberación de precios llevó a aumentos superiores al 80%. El malestar social fue palpable. La administración posterior optó por el camino contrario: la contención vía subsidio. Si bien logró un alivio en el poder adquisitivo, mi experiencia me muestra que esta estrategia tiene un lado B. Como bien señala el Programa Sectorial de Energía, se profundizó la dependencia de las importaciones. Esto, en el mundo real, nos dejó expuestos a los vaivenes geopolíticos y a la volatilidad del crudo internacional. Un país que no produce los combustibles que consume está jugando con fuego, y lo hemos comprobado en crisis pasadas.
El dato de la renuncia fiscal para 2024, por 26 mil 357 millones de pesos, es solo la punta del iceberg de un esfuerzo fiscal sostenido. La sabiduría práctica en este sector te enseña que cada peso destinado a subsidiar el consumo es un peso que no se invierte en fortalecer la infraestructura de refinación o en exploración. Es un trade-off doloroso pero ineludible.
La autosuficiencia: un objetivo noble con un camino arduo
El plan actual de mantener una producción por encima de 1.6 millones de barriles diarios y buscar la autosuficiencia en gasolinas y diésel es, en teoría, el camino correcto. He sido testigo de décadas de anuncios similares. La clave, desde mi punto de vista, no está solo en la meta, sino en la ruta. Confiar en que Pemex aportará el 86% de la producción en 2026, mientras carga con una deuda histórica y desafíos operativos, es un acto de fe que requiere una ejecución impecable.
La apuesta por los proyectos de desarrollo mixto para que aporten el 25% de la producción nacional para 2033 es una lección aprendida de administraciones anteriores: el Estado solo no puede. La complejidad del sector exige alianzas, tecnología y capital privado. La verdadera prueba será si logramos canalizar la riqueza petrolera hacia una industria de refinación robusta y sustentable, que procese nuestro crudo en nuestros propios combustibles. Solo así la próxima vez que haya una crisis internacional, el precio en la bomba no será una variable que ponga en jaque a la economía familiar y nacional. Esa es la verdadera independencia energética, y su costo, aunque alto, es una inversión estratégica, no solo un gasto.














