En un acto de filantropía bursátil sin precedentes, el coloso Grupo México, hastiado de acumular ganancias obscenas extrayendo minerales de las entrañas de la tierra, decidió embarcarse en una cruzada quijotesca: adquirir un banco para descubrir cómo se siente la pérdida de valor en tiempo real. La respuesta del mercado fue inmediata y pedagógica: un desplome del 15.43% en sus títulos, una sangría que evaporó la friolera de 193 mil 223 millones de pesos de su capitalización. Una lección carísima sobre la diferencia entre cavar para encontrar oro y cavar para encontrar… un agujero.
Los augures de Kapital Bank, con la solemnidad de un médico forense, declararon que la magnitud de la hemorragia es comparable al valor total del objeto del deseo, Banamex. En el lenguaje llano de los plebeyos: los accionistas, en un arrebato de lucidez, consideraron que comprar el banco era, financieramente hablando, como intercambiar un lingote de oro por un cupón de descuento. El pánico fue tan contagioso que arrastró a toda la Bolsa Mexicana de Valores en una danza macabra, que cerró con una caída del 2.55%. El efecto dominó de una idea que, desde su concepción, pareció torpe.
La justificación de esta epopeya corporativa raya en lo surrealista. ¿Por qué una empresa que domina el arte de la integración vertical –un eufemismo para “controlamos todo desde la mina hasta el tren”— querría adentrarse en la etérea selva de los servicios financieros? Es como si un herrero medieval, maestro en forjar espadas, anunciara de pronto que abriría un salón de té. Los analistas, tratando de ser comedidos, señalaron que el banco “requiere una inversión considerable“. Traducción satírica: es un mastodonte tecnológicamente anclado en la era del fax, que exige una montaña de dinero para entrar, aunque sea cojeando, en el siglo XXI.
El informe técnico, una joya de la subestimación cortés, destaca que el conglomerado “necesitaría distraer recursos y esfuerzos en capital humano”. ¡He aquí el meollo del asunto! ¿Para qué “distraerse” con mineros, trenes y ganancias predecibles cuando puede uno sumergirse en el fascinante mundo de las tasas de interés, la morosidad y la normativa bancaria? La promesa de unas sinergias evidentes brilla por su ausencia, un detalle menor en esta búsqueda de una complejidad estructural que nadie le pidió.
En definitiva, la operación no es más que un monumento a la hybris corporativa. Grupo México, en su sabiduría infinita, ha decidido que el verdadero desafío no es ser el mejor en lo que hace, sino demostrar que puede ser mediocre en algo completamente distinto. El mensaje final es claro: a veces, el activo más riesgoso no está en el subsuelo, sino en la mente de quienes creen que el éxito en un campo les concede omnisciencia en todos los demás.