Nacional
El cuerpo desnudo como última protesta ante la justicia vestida
Un acto de desesperación revela la brecha entre las promesas institucionales y la realidad ciudadana. La justicia se exhibe, pero ¿quién realmente la ve?

En un acto de performance política visceral, una madre transformó el vestíbulo de la Suprema Corte de Justicia en un escenario de denuncia cruda. Silvia Castillo Hernández, cuyo hijo Alan Ibarra Castillo fue asesinado e incinerado en 2019, ejecutó la protesta definitiva: despojarse de todo ante un sistema que, según ella, ya la había desnudado de justicia.
Su cuerpo se convirtió en el lienzo de una demanda colectiva. “Así estoy desnuda de justicia”, declaró, encapsulando en una metáfora viviente la vulnerabilidad de quienes chocan contra el aparato judicial. Este no fue un acto de exhibicionismo, sino una innovación disruptiva en el lenguaje de la protesta, un intento desesperado por ser escuchada en un ecosistema sordo.
¿Qué sucede cuando las instituciones prometen puertas abiertas pero mantienen cerrados los oídos? La llegada de Castillo Hernández, con sus lonas y altavoz, desnudó una paradoja institucional. Mientras el nuevo Presidente de la Corte prometía una institución cercana al pueblo, una mujer de 84 años se alejaba llorando, rechazada en su intento por reportar un despojo. Un hombre con un bastón era pospuesto con una promesa burocrática. Las vallas físicas eran solo el reflejo de las barreras procesales.
La protesta conecta puntos aparentemente inconexos: la elección popular de ministros, la retórica de cambio y la realidad tangible de una ciudadanía que sigue sin encontrar un canal efectivo. La aparición de la titular de la CNDH, Rosario Piedra Ibarra, ignorando la escena, completó un cuadro de alienación institucional perfecta.
Este incidente no es una anécdota; es un síntoma. Plantea una pregunta provocativa: ¿cómo diseñaríamos un sistema de justicia si lo empezáramos desde cero, con la premisa de que el acceso debe ser tan humano y tangible como el cuerpo de una madre desesperada? La verdadera innovación no estaría en las votaciones populares, sino en desmantelar la arquitectura de la exclusión y replantear la justicia no como un edificio, sino como una experiencia accesible.
La Corte se enfrenta a su prueba más difícil: transformar la metáfora de las “puertas abiertas” en una realidad donde la justicia no tenga que ser comprada, gritada o performada, sino simplemente impartida.

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