Nacional
El desafío de salvar al ajolote mexicano más allá de los acuarios
Científicos revelan el comportamiento desconocido de los ajolotes en libertad, clave para su supervivencia.

Una investigadora en un recorrido por los canales de Xochimilco, en Ciudad de México.
Ciudad de México.- “Si queremos rescatar al ajolote, no puede ser en las peceras”, afirma con convicción el profesor Luis Zambrano, experto del Departamento de Zoología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Durante mis años estudiando anfibios, he comprobado que cada especie tiene secretos que solo revela en su entorno natural. El ajolote (Ambystoma mexicanum), icono cultural mexicano, es un claro ejemplo: aunque conocemos su asombrosa capacidad regenerativa, su comportamiento en libertad sigue siendo un misterio. La última vez que contamos ejemplares en Xochimilco, el corazón se me encogió: apenas 36 por kilómetro cuadrado, frente a los 6,000 que registramos en los 90.
Recuerdo cuando, hace una década, iniciamos el proyecto Chinampa Refugio. Muchos colegas dudaban que los ajolotes criados en cautiverio pudieran adaptarse. Pero en 2023, tras liberar 18 ejemplares con transmisores, descubrimos patrones reveladores: en La Cantera Oriente, un estanque universitario, exploraban áreas siete veces mayores que en Xochimilco. “Los más jóvenes nadaban hasta 86 metros diarios”, me explicó Alejandra Ramos mientras revisábamos los datos. Esto cambia todo: demuestra que necesitan espacio, como descubrimos al verlos engordar en libertad, algo imposible en acuarios.
Lecciones de una odisea científica
Seleccionar a los 18 ajolotes fue como elegir astronautas para una misión crítica. Horacio Mena, nuestro veterinario, pasó semanas evaluando su salud antes de implantarles los transmisores. Durante 80 días, un equipo de 30 voluntarios —muchos estudiantes— navegó canales y acampó en zonas remotas de Xochimilco. “Encontramos ejemplares escondidos entre raíces de ahuejotes”, relataba un becario mientras registrábamos sus coordenadas. Esa experiencia me enseñó que salvar una especie requiere más que ciencia: exige compromiso comunitario y adaptarse a desafíos imprevistos, como los estrechos canales donde debíamos rastrearlos a pie.
Hoy, mientras vemos a estos anfibios nadar libremente, reflexiono sobre un error común: humanizarlos. Sus “sonrisas” no indican felicidad en cautiverio. Como dice Zambrano: “Es como encerrar un tigre”. Cada dato recogido —desde sus rutas hasta su aumento de peso— confirma que su futuro está en restaurar Xochimilco, no en peceras. Este es solo el primer paso, pero como suelo decir a mis alumnos: para conservar, primero hay que comprender. Y ahora sabemos que los ajolotes, como nosotros, anhelan libertad.

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