Una intensa tormenta descargó con furia durante la noche del lunes y la madrugada del martes en la zona limítrofe entre Tlaquepaque y Tlajomulco. Pero, ¿se trató simplemente de un evento meteorológico extraordinario o existen factores subyacentes que amplificaron la catástrofe? La respuesta parece encontrarse en el lecho del Arroyo Seco, cuyo desbordamiento no fue un mero accidente de la naturaleza.
Las crónicas de los afectados, usuarios del transporte público y automovilistas, pintan un cuadro de desesperación. Decenas se vieron forzados a pernoctar dentro de sus unidades, varados en medio de una creciente que colapsó arterias viales principales. ¿Por qué las medidas de contención resultaron insuficientes? Testimonios recogidos in situ sugieren que la barda de contención cedió en múltiples puntos, una falla que la autoridad municipal había pasado por alto en inspecciones anteriores.
La investigación revela que, tras el derrumbe de la infraestructura, el operativo de rescate se implementó de forma tardía. Elementos de la Policía Municipal y de la Guardia Nacional acudieron en auxilio de los ciudadanos atrapados en las paradas de autobús, pero la pregunta persiste: ¿estaba el protocolo de Protección Civil a la altura de un evento de esta magnitud? Documentos internos a los que se ha tenido acceso plantean serias dudas sobre los planes de contingencia para la temporada de lluvias.
Las cifras oficiales comienzan a cuantificar el daño: el gobierno de Tlajomulco reporta afectaciones en al menos 50 viviendas, mientras que la administración de Tlaquepaque eleva la cuenta a más de 90 fincas con daños. Sin embargo, fuentes no oficiales dentro de los cuerpos de rescate insinúan que el número real de inmuebles perjudicados podría ser significativamente mayor, un dato que las autoridades locales parecen reticentes a confirmar.
Este incidente no es un hecho aislado. Conecta con un patrón de eventos similares en la región, poniendo en evidencia una problemática recurrente de planeación urbana y gestión de riesgos. La conclusión es ineludible: el colapso del Arroyo Seco es más que una noticia de último momento; es un síntoma de una vulnerabilidad sistémica que exige una investigación profunda y respuestas concretas.