Faltan 173 días para que la mirada global se pose sobre la Ciudad de México, sede del partido inaugural de la Copa del Mundo 2026. Pero, ¿quién vigila a los vigilantes? Una investigación revela los planes para desplegar una red de más de 120,000 “ojos cibernéticos” operados desde el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicación y Contacto Ciudadano (C5), una cifra que, según las autoridades, igualaría o superaría el emblemático sistema de Londres.
José Salvador Guerrero Chiprés, coordinador general del C5, afirma que el proyecto busca concluir “la etapa de sembrado más intenso y amplio en la historia de la videovigilancia del país”, con un aumento del 36%. Sin embargo, surgen preguntas incisivas: ¿Este crecimiento exponencial responde únicamente a la justa deportiva, o es la consolidación de un estado de vigilancia permanente? Documentos internos consultados señalan un enfoque prioritario en el Aeropuerto Internacional, las principales avenidas de acceso y las rutas hacia zonas hoteleras y estadios.
El funcionario detalla que el “cerebro” de esta operación coordina a 29 instancias, desde la Guardia Nacional hasta la Fiscalía, gestionando seis líneas de emergencia. Pero, ¿la eficacia se mide solo en números? Guerrero Chiprés presenta un dato revelador: una disminución del 18% en las llamadas al 911 desde el inicio de la administración, lo que interpreta como un indicador de mejora social. No obstante, expertos en seguridad consultados cuestionan esta correlación, argumentando que la “cifra negra” de delitos no denunciados podría distorsionar el panorama real.
Profundizando en las capas del sistema, se descubre una infraestructura heterogénea con cámaras de seis generaciones distintas, algunas con 14 años de servicio. Su capacidad de almacenamiento varía entre 7 y 30 días. ¿Está preparada esta tecnología obsoleta para procesar inteligencia en tiempo real durante un evento de magnitud global? Las declaraciones oficiales prometen un “fortalecimiento adicional” en el Metro, con miles de dispositivos nuevos, un proyecto pendiente de aprobación.
Un elemento peculiar es la gestión de los “botones de pánico”. El coordinador admitió que, al inicio de la gestión, sufrían un uso indebido o “travieso” del 75% en ciertos horarios, tasa que habría descendido al 55%. Este dato abre una línea de cuestionamiento sobre la efectividad real y el posible desgaste de la respuesta ciudadana a las alertas.
La narrativa oficial lo cataloga como un sistema “único en el continente”, el “corazón de la seguridad capitalina”. Sin embargo, la investigación conecta puntos que van más allá del entusiasmo gubernamental. La verdadera revelación no es el número de cámaras, sino el modelo de gobernanza que se está instalando: una red de control interinstitucional sin precedentes, que se activa con el pretexto del Mundial pero cuyo legado será una capacidad de vigilancia masiva y permanente. La pregunta final que queda flotando es si esta ciudad inteligente priorizará la seguridad sobre la privacidad, creando un paisaje urbano donde el anonimato será una reliquia del pasado.












