Con los años, he sido testigo de cómo la profunda tradición del Día de Muertos se ha transformado en un formidable motor económico. Más allá de la adquisición de los elementos esenciales para las ofrendas, como las vibrantes flores de cempasúchil, el aromático pan de muerto, las veladoras y los alimentos rituales, he aprendido que esta celebración genera un ecosistema comercial que florece anualmente. La sabiduría práctica nos muestra que el verdadero crecimiento no solo reside en la venta de productos, sino en la experiencia integral que se ofrece a las familias y visitantes.
La Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco-Servytur) confirma esta observación, proyectando que la derrama económica para 2025 alcanzará la impresionante cifra de 45 mil 318 millones de pesos. En mi experiencia, este flujo de capital no es un mero número; representa el sustento de miles de pequeños comerciantes, artesanos y productores locales que encuentran en esta temporada una vital inyección de recursos.
Un insight clave que he acumulado es la concentración geográfica de este fenómeno. La Ciudad de México (CDMX) actúa como el epicentro del comercio, absorbiendo una cuarta parte de la actividad económica nacional. La Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo (Canaco CDMX) calcula ventas por 11 mil 446 millones de pesos durante el fin de semana del sábado 1 y domingo 2 de noviembre. Esto no es una casualidad; es el resultado de décadas de trabajo en la profesionalización y promoción de nuestras tradiciones.
Lo que realmente funciona, y lo he comprobado en la práctica, es la sinergia entre el comercio y el turismo. El organismo prevé un crecimiento del 4.2% en las transacciones, acompañado de una ocupación hotelera que oscilará entre un 69% y 73%. Esta lección es invaluable: cuando la cultura y la hospitalidad se alinean, los beneficios se multiplican para toda la comunidad.
La diversificación es otra lección aprendida. El impulso comercial no se limita a los productos tradicionales; se extiende a agencias de viajes, restaurantes, abarrotes, florerías, papelerías y tiendas de disfraces. Esta amplitud demuestra la madurez de un mercado que ha aprendido a capitalizar todos los aspectos de una celebración auténtica.
Una estrategia que ha probado su eficacia a lo largo de los años es el anticipo de las compras. Desde el viernes 31 de octubre, el Viernes Muy Mexicano despliega una ola de promociones y descuentos que extiende el periodo de consumo y aligera la presión sobre los comercios. Este es un conocimiento tácito que hemos desarrollado: elongar la temporada beneficia a todos los actores de la cadena.
Finalmente, la verdadera magia, lo que he visto con mis propios ojos, reside en los eventos masivos que convierten la tradición en un espectáculo viviente. Actividades como la Mega Procesión de Catrinas en Paseo de la Reforma, el Gran Desfile de Día de Muertos desde Chapultepec al Zócalo –que atrae a más de un millón de almas–, La Alumbrada en Mixquic, las ceremonias en Janitzio, y la infinidad de ferias, concursos y muestras gastronómicas locales no son solo festejos. Son el corazón palpitante de una economía cultural que honra a nuestros difuntos mientras impulsa el progreso de los vivos. Es la prueba viviente de que la autenticidad, bien gestionada, es el mejor negocio.













