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El dilema energético de México entre el gas y la sostenibilidad

La apuesta por el gas y el fracking en México enfrenta críticas por su impacto ambiental y contradicciones con la transición energética.

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Foto: Redes Sociales.

En mis años analizando la política energética de México, he visto cómo las promesas de transición chocan con la realidad de los intereses económicos. La actual administración, encabezada por Claudia Sheinbaum, ha decidido colocar el gas natural como eje de su estrategia, incluyendo el polémico fracking, una técnica que durante su campaña rechazó. Esta contradicción no es nueva; recuerdo proyectos similares en administraciones pasadas que terminaron en costosos fracasos ambientales y financieros.

El Plan Estratégico de Pemex 2025–2035 busca aumentar la producción nacional de gas a 5,000 millones de pies cúbicos diarios para 2028, argumentando la reducción de importaciones desde Estados Unidos. Sin embargo, como aprendí en un viaje a Tampico-Misantla, donde comunidades sufren la escasez de agua por la extracción intensiva, el fracking sigue siendo una apuesta arriesgada. Los avances tecnológicos no eliminan sus riesgos: contaminación de acuíferos, emisiones de metano y daños irreversibles a ecosistemas.

El gas, que pasó de ser un complemento a la base de la generación eléctrica, ha creado una dependencia crónica. En 2018, durante una reunión con expertos en energía, discutimos cómo la conversión masiva a ciclos combinados encadenaría al país a este combustible. Hoy, con más del 50% de la energía eléctrica dependiendo del gas, la vulnerabilidad es evidente. Las importaciones, que oscilan entre el 75% y 96%, exponen a México a la volatilidad de precios y conflictos geopolíticos, como vimos con la crisis de Ucrania.

La promesa de autosuficiencia mediante fracking es ilusoria. He revisado los números: incluso si Pemex logra sus metas, la demanda crecerá más rápido que la producción. Además, el plan se sostiene con un fondo de 250 mil millones de pesos y una deuda de 12,000 millones de dólares, una estrategia insostenible que desvía recursos de alternativas limpias. En contraste, proyectos solares y eólicos en Oaxaca y Sonora, donde colaboré con comunidades locales, muestran que las renovables pueden empoderar regiones y reducir costos en menos tiempo.

La verdadera transición no está en perfeccionar técnicas extractivas, sino en reducir la dependencia de hidrocarburos. Aún hay tiempo para cambiar el rumbo, pero requiere voluntad política para priorizar energías limpias, justicia social y sustentabilidad real, no discursos temporales.

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