En un giro de eventos que nadie, absolutamente nadie, pudo prever (excepto quizás los últimos cincuenta informes técnicos archivados bajo “Urgente: Revisar”), el Frente Frío Número Diecinueve, un ente meteorológico con más persistencia que un político en campaña, ha decidido regar con esmero el estado de Tabasco. No con un suave riego, oh no, sino con un torrente de precisamente 75 milímetros de pura democracia líquida, dejando a su paso el saldo contable que más aprecia la modernidad: una baja humana y otra en paradero desconocido.
Los municipios de Teapa, Tacotalpa y Jalapa, nombres que suenan a paraíso terrenal, han sido promocionados, sin coste adicional, a la categoría de “anfibios”. Las autoridades locales, héroes anónimos del protocolo, han explicado con la paciencia de un notario que el agua, al caer en la sierra, tiende a bajar. Este descubrimiento hidrológico ha provocado que los ríos, en un acto de insubordinación, se salgan de sus cauces, que la tierra se deslice por aburrimiento y que los árboles, exhaustos de tanta humedad, se desplomen sobre las carreteras para tomarse un respiro.
El Teatro de la Respuesta Oficial: Un Guion Repetido
El alcalde de Jalapa, don José Manuel Hernández Pérez, anunció con solemnidad que los ríos Puyacatengo y La Sierra “han generado incrementos”. Una maestría en la subestimación. Mientras, en Teapa, el presidente municipal Miguel Contreras Verdugo narró la épica de dos valientes que intentaron cruzar el Puyacatengo en una canastilla, como en un cuadro costumbrista que salió mal. “Están los cuerpos de protección civil trabajando”, declaró, frase que se ha convertido en el mantra tranquilizador de toda catástrofe que se precie, justo antes de anunciar que quince familias ahora tienen piscina en su sala.
La maquinaria estatal, aceitada con la grasa de la urgencia, se puso en marcha. Su primer y más contundente logro fue localizar a uno de los desaparecidos, otorgándole el estatus definitivo de “sin vida”. Mientras, en Tacotalpa, el Ayuntamiento emitió un comunicado catalogando meticulosamente cada arroyo desbocado y cada vado intransitable, como si se tratara de la lista de invitados a una fiesta muy húmeda. El caos estaba perfectamente documentado.
La Cumbre de la Eficacia: Suspender el Agua Potable
En un movimiento de una lógica tan aplastante que dejaría sin palabras al mismísimo Swift, la Comisión Estatal de Agua y Saneamiento (CEAS), ante la turbiedad de los ríos, decretó la suspensión inmediata del servicio de agua potable. He aquí la solución maestra: cuando el agua está sucia y peligrosa, la autoridad garantiza que nadie tendrá acceso ni siquiera a una gota limpia. Es la filosofía del “si no podemos darte algo bueno, no te daremos nada”. El Sistema de Agua y Saneamiento de Centro, no queriendo ser menos, replicó la jugada en sus plantas. La población, entre inundada y sedienta, puede al menos consolarse sabiendo que el proceso de no recibir agua está siendo supervisado por múltiples organismos con siglas impronunciables.
Así, entre deslaves, desaparecidos y decretos de suspensión, se escribe otro capítulo de la eterna farsa: la naturaleza ejerce su violencia primitiva e impredecible, y el Leviatán burocrático responde con la única arma infalible que conoce: el informe, el comunicado y la suspensión de servicios, todo ello envuelto en el heroísmo pasivo de quienes gestionan la tragedia desde un escritorio. El progreso, al parecer, consiste en anegar con papeles lo que ya anegó la lluvia.















