El diluvio burocrático y la gestión del desastre

En un despliegue de fuerza hidráulica que haría palidecer a Noé, el territorio veracruzano ha sido bendecido con un bautismo forzoso. Cuarenta y ocho municipios, en su mayoría del septentrión estatal, han tenido el privilegio de experimentar de primera mano el poder purificador de las precipitaciones y el caprichoso desbordamiento de los venerables ríos.

Las urbes de Poza Rica y Álamo se han alzado, sin pretenderlo, como las anfitrionas principales de este aquelarre fluvial, donde los afluentes, henchidos de orgullo y caudal, decidieron expandir sus dominios sobre el mundo secular de los terrícolas.

El Cazones, o la venganza del río

Decenas de colonias y extensas áreas urbanas han sido graciosamente incorporadas al reino subacuático, gracias a la desbordante generosidad de los ríos Cazones y Pantepec. Estos cauces, convertidos en eficientes canales de importación acuática desde otras entidades federativas, demostraron una solidaridad interregional verdaderamente conmovedora.

Las autoridades, en un ejercicio de precisión cartográfica digna de elogio, contabilizaron con esmero los daños en cuarenta y una comunidades rurales. La naturaleza, en su ímpetu, se encargó de rediseñar la infraestructura vial mediante el arte del deslave, creando así una experiencia de incomunicación que fomenta la introspección y el aislamiento creativo.

Frente a este panorama dantesco, la maquinaria estatal desplegó su santísima trinidad protocolaria: el Plan DN-II del Ejército, el Plan Marina de la Secretaría de Marina y el Plan Tajín de la seguridad estatal. Tres planes estratégicos que, como los Reyes Magos, acuden con sus dones —aunque a veces la estrella que los guía parece estar nublada—.

El espectáculo acuático se desarrolló en tres actos magistrales: primero, las calles y avenidas urbanas se transformaron en canales venecianos improvisados; después, los cultivos y viviendas ribereñas recibieron la unción fluvial; y finalmente, en un crescendo digno de ópera wagneriana, la llamada cresta o golpe de agua coronó la obra inundando miles de comercios y moradas. Una verdadera sinfonía hídrica dirigida por el batón invisible de la naturaleza, con la orquesta burocrática tocando en un tempo notablemente más pausado.

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