Nacional
El Diluvio Burocrático y los Ochenta Samuráis del Lodo
Una respuesta estatal ejemplar que raya en lo milagroso tras un diluvio de cifras y promesas.

En un despliegue de eficacia tan sobrecogedor como inusual, un ejército de ochenta valerosos funcionarios, pertenecientes a la inefable corporación Segiagua, se ha apersonado en la colonia Atlamaya para librar una épica batalla contra el enemigo público número uno: el lodo.
La contienda se desató tras un evento meteorológico de proporciones bíblicas, donde, según las cuentas de la alegría del edil Javier López Casarín, cayeron sobre la ciudad cinco millones de metros cúbicos de una sustancia previamente identificada como agua. Dos de esos millones, con una precisión digna de la NASA, eligieron como blanco perfecto la alcaldía Álvaro Obregón, demostrando una vez más la selectiva inteligencia de los fenómenos naturales.
El resultado fue un paisaje dantesco: diez viviendas afectadas y ocho automóviles echados a perder, cifras que, por su redondez y exactitud, solo pueden ser el fruto de un meticuloso y científico recuento realizado en medio del caos acuático.
Frente a esta catástrofe, la maquinaria del Estado se puso en marcha con una celeridad pasmosa. No uno, sino dos camiones de basura fueron movilizados para la titánica tarea de recoger el fango con palas, en una coreografía burocrática que hipnotizó a los atónitos vecinos. Tras ello, se procedió al lavado escénico con máquinas de agua a presión, no vaya a ser que algún ciudadano, distraído por la contemplación de tal eficiencia, resbale y demande al erario público.
La solidaridad, por supuesto, no conoce límites. El personal se acercó a cada vivienda para ofrecer el más valioso de los recursos en una inundación: agua limpia. Una paradoja tan deliciosamente absurda que hasta el mismo Jonathan Swift enmudecería de admiración. Junto al líquido elemento, se brindaron manos, esas extremidades corporales que la administración ha descubierto pueden ser útiles para más cosas que firmar permisos.
La presidenta de la colonia, Beatriz Ortega, fue testigo de este milagro laico y declaró, posiblemente bajo los efectos del éxtasis colectivo: “Están trabajando muy bien, aquí están al pie del cañón y no se van”. Una afirmación que plantea una inquietante pregunta: ¿acaso se esperaba que se fueran antes de terminar el trabajo?
Mientras tanto, la Segiagua continúa desazolvando la calle, en una lucha sin cuartel contra la naturaleza y su malvada costumbre de recordarnos quién manda realmente. Un recordatorio perfecto de que, en el gran teatro del mundo, la tragedia y la farsa a menudo llegan de la mano, y casi siempre mojadas.

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