En un alarde de precisión logística que haría palidecer a los más meticulosos burócratas de las distopías más célebres, el erario público ha desplegado una ingeniosa estratagema de desembolso fraccionado para los soldados veteranos. La razón, tan sublime como inesperada, es que la naturaleza, en un arrebato de impertinencia, ha descargado su furia acuática sobre cinco entidades federativas, obligando al gobierno a postergar el cumplimiento de su palabra en aras de una coyuntura meteorológica.
La primera cuota del reconocimiento, dispensada con solemnidad el primer día de noviembre, consistió en un exiguo cuatro por ciento destinado a la base de la pirámide castrense. La segunda y anhelada portion, reservada para los oficiales y altos mandos, aguarda su turno en la cola de la tesorería nacional, aunque se promete que llegará con una mágica retroactividad que borrará cualquier rastro de la espera.
¿Cuál es el contexto general de esta farsa contributiva?
Anualmente, el ajuste por el desgaste monetario solía llegar en octubre con la puntualidad de un reloj suizo. Este año, sin embargo, el calendario fiscal ha sido reescrito. La mandataria en turno, doña Claudia Sheinbaum, ha declarado con la serenidad de un oráculo que existen fondos sobrados —un colosal fondo de diecinueve mil millones de pesos del cual apenas se ha raspado la superficie—, garantizando que la lealtad castrense no quedará en el olvido, sino simplemente en standby.
¿Cuál fue la réplica del establishment?
La decisión de escindir la recompensa se presenta como un acto de altruismo gubernamental, una jerarquización de las calamidades donde los diluvios se imponen a los derechos adquiridos. Mientras los ríos se desbordan, el compromiso con la milicia retirada navega por los meandros de la administración presupuestal, asegurando que, eventualmente, la gratitud nacional llegará a su destino, aunque sea a cuentagotas.
Así, en este gran teatro de las prioridades, el bienestar de los veteranos y la asistencia a los damnificados libran una batalla coreografiada en los pasillos del poder, donde todos son importantes, pero algunos deben aprender el virtuoso arte de la paciencia contributiva.

















