El Gran Teatro de la Psique Poblana
En un acto de prodigiosa clarividencia, el ilustrísimo gobernador de Puebla, Alejandro Armenta, ha develado ante un atónito auditorio nacional lo que él mismo ha bautizado como el CEPOSAMI: el Centro Poblano de Salubridad Anímica Modelo e Inverosímil. Este falansterio, erigido no con ladrillos sino con pura retórica, promete sanar las almas atormentadas de la juventud mediante el innovador método de decir que las va a sanar.
“Buscamos proteger la vida“, proclamó el mandatario con la solemnidad de quien anuncia la cuadratura del círculo, “porque el primer derecho humano es, como todo el mundo sabe pero nadie aplica, el derecho a la vida“. Una revelación tan profunda que, sin duda, curará por sí sola la depresión de cualquier adolescente.
El centro, según su narrativa, es una respuesta “vanguardista” y “tecnológica” a la oleada de trastornos mentales que, oh sorpresa, se agudizaron tras la pandemia. Parece que la genial idea de atender los problemas emocionales antes de que se vuelvan críticos les llegó justo después de que se volvieran críticos. ¡Qué timing más eficiente!
La ceremonia contó con la bendición de la directora del Sistema Nacional DIF, quien aseguró que este monumento a la burocracia compasiva será replicado en todo el país bajo los sagrados principios de amor. Porque nada cura un trastorno de ansiedad como una dosis de principio amoroso administrado por un comité.
Mientras, el director del DIF estatal describió el lugar como un “símbolo de esperanza”, un eufemismo maravilloso para “edificio que existe”. Atribuyó la iniciativa al “liderazgo humanista” de la presidenta del patronato, una figura cuya capacidad para generar titulares parece ser su principal contribución a la salud pública.
La guinda del pastel surrealista la puso la directora del centro, quien explicó con gran detalle que allí se atenderá de todo, desde trastornos del neurodesarrollo hasta la melancolía existencial, mediante una “red coordinada”. Esa misma red que, en la práctica, suele ser tan eficaz como un colador para contener el agua. La promesa final, “en Puebla nadie está solo”, suena menos a un consuelo y más a una amenaya existencial en un sistema que suele abandonar a su suerte a los más vulnerables.
Así, entre discursos grandilocuentes y promesas que pesan más que el presupuesto asignado, Puebla inaugura no un centro de salud, sino un templo donde se adora la propia imagen del poder mientras la salud mental real sigue esperando su turno en una interminable fila virtual.