El Estado declara guerra meteorológica con pronósticos y decretos

En un despliegue de precisión burocrática que haría palidecer a los generales más meticulosos, el Gran Mecanismo Estatal de Pronósticos Catastróficos (GMEPC) ha emitido su boletín diario de hostilidades atmosféricas. La nación, según el comunicado oficial, se encuentra bajo un asedio multifacético perpetrado por elementos descontrolados denominados “sistemas invernales”.

Los frentes de batalla están claramente delimitados: en el sur, los estados de Oaxaca y Chiapas sufren un bombardeo implacable de “chubascos”, mientras Quintana Roo es víctima de una precipitación que el GMEPC, en su jerga técnica, clasifica como “fuerte”. El centro y occidente del territorio nacional padecen escaramuzas acuáticas de menor calibre, suficientes para convertir las vías de comunicación en un campo de pruebas para la flotabilidad de los automóviles particulares.

En las altas cumbres del norte, en un acto de puro dandismo climático, la humedad se cristaliza en nieve o aguanieve, un fenómeno que los burócratas describen con la misma frialdad con la que anotarían la baja de un archivador. Mientras tanto, el viento, aliado rebelde de la anarquía, azota con ráfagas de entre 50 y 70 kilómetros por hora, dedicado a la tarea subversiva de derribar árboles y molestar a la “infraestructura ligera”, ese eufemismo glorioso para los puestos de tacos y los anuncios de neón.

El océano Pacífico, en un claro acto de insubordinación, mantendrá su oleaje “elevado”, desafiando así las órdenes tácitas de permanecer en calma chicha para beneficio de los pescadores recreativos. La situación es tan grave que se anuncia la infiltración de un “río atmosférico”, una metáfora hidrográfica que sugiere que la atmósfera, en un exceso de celo, ha decidido desarrollar su propia red de afluentes sin consultar a la Comisión Nacional del Agua.

El clímax de esta epopeya llegará con el ingreso del “Frente Frío Número 25”. No es el 24, ni el 26, sino el 25, un enemigo numerado y catalogado con la eficacia de un expediente judicial. Su misión: reforzar el descenso térmico, las lluvias y los vientos, en lo que solo puede interpretarse como un ataque coordinado contra los planes dominicales de la ciudadanía.

Frente a esta embestida de la naturaleza, la autoridad máxima ha dictado la orden de combate definitiva: la población debe “mantenerse informada”. He ahí la estrategia maestra. Mientras los elementos se desatan, el ciudadano ideal, según el decreto tácito, es aquel que, empapado y tiritando, refresca con devoción la página del organismo oficial, esperando el próximo comunicado que le describa, con exactitud científica, el grado de su propio calvario meteorológico.

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