En un acto de soberbia meteorológica sin precedentes, el Frente Frío Número Dieciocho —bautizado con la fría numerología de un expediente burocrático— ha decidido plantarse, cual manifestante impertérrito, sobre la geografía nacional. Su exigencia: someter a más de veinticinco estados a un riguroso experimento de descenso térmico y humectación generalizada. La complicidad de un río atmosférico —un mero correveidile de las nubes—, una vaguada en altos mandos y un canal de baja presión —sin duda el eslabón más débil de la cadena—, garantizan un día de inestabilidad perfectamente orquestada por el Servicio Meteorológico Nacional, ese oráculo moderno que traduce el caos celeste en comunicados de prensa.
El reparto catastrófico: ¿A quién le toca sufrir?
El decreto pluvial, publicado en el boletín diario, asigna lluvias puntuales fuertes —como si la molestia acuática pudiera ser discreta y educada— a un selecto grupo de entidades federativas, entre las que destacan Baja California Sur y Sinaloa, por su historial de resistencia. A otro vasto conjunto, que abarca desde Sonora hasta Quintana Roo, se le otorgan chubascos de intensidad media, suficiente para arruinar un día pero no para justificar una epopeya. El resto del país, desde Aguascalientes hasta Yucatán, recibirá el consuelo de precipitaciones aisladas, esas gotas solitarias y testimoniales que caen para recordar al ciudadano su insignificancia ante los designios de la troposfera. Como guinda del pastel, se autoriza el uso de descargas eléctricas y se sugiere la formación de inundaciones y deslaves, por lo que las autoridades, en un arrebato de genialidad práctica, recomiendan atender los avisos. Toda una revelación.
El manual del buen ciudadano en tiempos gélidos
El termostato nacional será ajustado con mano firme. En las altas cumbres de Chihuahua y Durango, se implantará un frío polar de entre -10 y -5 grados, ideal para reflexionar sobre la fragilidad de la existencia. Otras regiones, como Puebla o Tlaxcala, disfrutarán de un frío moderado, suficiente para hacer despreciable la calefacción ausente. La autoridad, en su infinito celo paternal, anuncia también la probable caída de nieve o aguanieve —agua que no se decide a ser nada— en ciertas sierras, y para ello despliega su arsenal de consejos: abrigarse (¡lumbrera!), evitar cambios bruscos de temperatura (como salir de casa) y proteger a los vulnerables, ese grupo social que el sistema recuerda sólo cuando el mercurio se desploma.
Para completar el cuadro dantesco, se desatarán vientos huracanados de hasta 60 kilómetros por hora en diversos estados, desde Chihuahua hasta San Luis Potosí, porque una catástrofe simple carece de mérito. El viento del norte azotará Tamaulipas y Veracruz con la furia de un acreedor, mientras que el Pacífico norte hará lo propio, demostrando que en la distribución de desgracias, el gobierno federal practica un federalismo ejemplar. La recomendación final, no explicitada pero sobreentendida, es que la población contenga la respiración y aguarde, con estoicismo, el próximo boletín que dictaminará si mañana se permite salir al sol.















