El Estado decreta el invierno con burocrática precisión
El Frente Frío número quince, en una demostración de insubordinación numérica, desafía la secuencia oficial.
Ciudad de México.- En un acto de soberbia climatológica sin precedentes, el Frente Frío Decimocuarto, debidamente numerado y catalogado por el Ministerio de Realidades Inevitables (antes Servicio Meteorológico Nacional), ha decretado oficialmente el padecimiento colectivo. La proclama anuncia la distribución estratégica de castigo criogénico, mezclando precipitaciones sólidas con vientos huracanados capaces de arrancar no solo árboles, sino también las últimas esperanzas de un domingo soleado.
El boletín oficial, redactado con la prosa burocrática que tanto nos reconforta en tiempos de crisis, detalla minuciosamente el plan de congelación para las mesas Norte y Central. No se trata de un simple descenso térmico, sino de un espectáculo administrativo donde los termómetros deberán registrar entre -10 y -5 grados Celsius, so pena de ser acusados de insubordinación técnica. Las sierras de la República han sido convocadas para una función especial de escarcha y aguanieve, cumpliendo con el protocolo establecido en el Manual de Catástrofes Pintorescas.
La geografía nacional se transforma así en un tablero de juego donde cada estado recibe su dosis designada de malestar: desde los escalofríos ceremoniales para Zacatecas hasta los estornudos protocolarios para Tlaxcala. Mientras tanto, los vientos, esos siervos invisibles del caos, recorrerán el territorio con velocidades previamente autorizadas, derribando con previsibilidad absoluta todo anuncio publicitario que ose desafiar su fuerza certificada.
Lo más sublime de este drama atmosférico es la explicación causal: una comitiva de fenómenos con nombres de villanos de opera cósmica —vaguada polar, corrientes en chorro, líneas secas— se conjura para justificar lo que cualquier abuela con reuma podría haber pronosticado mirando sus rodillas. El Estado, en su infinita sabiduría, no solo nos anuncia el frío, sino que nos lo vende empaquetado en jerga técnica, como si la naturaleza requiriera de actas y circulares para manifestarse.
Así, entre vientos cuantificados y heladas reglamentarias, la población recibe el invierno con la certeza de que hasta el último copo de nieve ha sido debidamente contabilizado, clasificado y anunciado mediante los canales oficiales. El clima puede ser gélido, pero la burocracia meteorológica nunca se enfría.
















