El Estado decreta la inocencia estética de los menores

El Gran Teatro de la Virtud Legislativa

En un acto de insólita clarividencia, el Ilustrísimo Diputado Pedro Haces Lago, paladín del partido en el poder, ha descendido del Olimpo de la soberanía para proclamar una cruzada contra el más temible de los flagelos modernos: el espectro de la liposucción adolescente. Bautizada con el nombre de una mártir, la “Ley Nicole” pretende erigir un muro legal entre los quirófanos y la voluble psique de los menores, esos seres vulnerables que, hasta ahora, creíamos estaban a salvo de los escalpelos mientras navegaban por las redes sociales, auténticos campos de minas para la autoestima.

Foto: El Universal. (Una imagen que bien podría ilustrar el contraste entre la inocencia y la maquinaria de la belleza estandarizada).

La iniciativa, un monumento a la obviedad tardía, busca modificar la Ley de Salud para prohibir que los profesionales de la medicina dediquen sus talentos a esculpir los cuerpos de quienes aún no pueden votar. Solo se permitirán los bisturíes con fines “reconstructivos” o para “preservar la salud mental”, un concepto tan elástico que probablemente dará pie a una nueva y lucrativa especialidad: la psiquiatría estética, dedicada a diagnosticar la “angustia existencial” por no tener el pómulo de moda.

El legislador, con la gravedad de quien descubre el fuego, sostuvo que la Ciudad de México se ha convertido en un Meká de la remodelación corporal, un parque de atracciones donde la tragedia de Nicole es la cuota de entrada que la sociedad ignora. “No es una cifra”, declaró con patetismo, convirtiendo un nombre en un eslogan para una batalla que debería librarse en los hogares y las escuelas, no en los plenos del congreso cuando el escándalo mediático arrecia.

Este vacío normativo, nos cuentan, es el culpable de que menores sean expuestos a riesgos innecesarios. Por supuesto, el verdadero vacío —la ausencia de educación, la presión social avalada por un sistema que comercia con la inseguridad— queda elegantemente fuera del texto legal. La solución no es cuestionar el monstruo que genera los complejos, sino prohibir que los cirujanos le den forma.

La revocación de licencias y las sanciones penales caerán sobre los médicos transgresores, esos modernos hechiceros que, en esta farsa, cargan con el pecado original de un capitalismo que vende la quimera de la perfección. El Estado, en su infinito paternalismo, se erige así en el gran protector, legislando contra los síntomas mientras deja intacta la enfermedad. Un triunfo más de la forma sobre el fondo, donde la memoria de una joven se convierte en el arma retórica perfecta para una ley que, en el gran teatro de lo absurdo, nos hace sentir que, por una vez, alguien hizo algo.

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