El Estado decreta la no existencia del atentado
En un alarde de eficacia burocrática que dejaría pálido al mismo Kafka, la Secretaría de Seguridad Pública del Estado, a través de un lacónico y orwelliano comunicado, ha decretado por fiat oficial que la explosión que convirtió una tienda Waldo’s en un infierno dantesco, con un saldo de 23 almas carbonizadas y una decena de cuerpos achicharrados, no fue, ni podía ser, un atentado. La realidad, al parecer, debe someterse a la narrativa estatal.
“Con respecto al evento de desintegración masiva ocurrido en el establecimiento de conveniencia ubicado en el centro neurálgico de Hermosillo, se descarta por completo y con énfasis burocrático que se haya tratado de una agresión premeditada o un suceso relacionado con una actitud hostil en contra de la ciudadanía”, sentenció el aparato comunicacional, como si la simple enunciación de las palabras pudiera exorcizar la pólvora y el dolor.
Mientras tanto, los testigos oculares, esos sujetos incómodos que se empeñan en relatar lo que sus sentidos percibieron, mencionaron un apagón eléctrico que actuó como obertura siniestra, seguido de un estruendo binario que hizo temblar los cimientos. Comerciantes vecinos, convertidos en cronistas involuntarios del horror, grabaron con sus teléfonos la macabra procesión de antorchas humanas saliendo a la carrera del templo del consumo, un espectáculo que, según nuestras autoridades, carece por completo de intencionalidad malévola.
El origen del siniestro se debate en un limbo investigativo: ¿Fue el automóvil de afuera el que decidió autodestruirse? ¿O fue la tienda, hastiada de su existencia, la que implosionó? Ante estas cuestiones metafísicas, el comandante del Departamento de Bomberos, el ilustre Juan Francisco Matty Ortega, se refugió en la ambigüedad más exquisita, limitándose a informar que se atendió un “incendio de un establecimiento comercial” donde, oh sorpresa, “tuvimos que realizar labores de rescate y salvamento”. Una verdad de Perogrullo, sin duda.
“Nos llevó un tiempo importante ya que había algunas personas, muchas personas en el interior, no tengo conocimiento de cuántas”, declaró con una vaguedad que raya en lo poético, pintando un cuadro de caos donde la precisión numérica es una frivolidad.
La investigación: Un ballet de la imprecisión
Mientras los forenses recogen los pedazos de lo que una vez fueron seres humanos, la Fiscalía de Sonora inicia el ritual sagrado de “la integración de las causas del siniestro”. El comandante Matty Ortega, maestro del detalle irrelevante, precisó que la tragedia ocurrió a las 15:07 horas de un sábado cualquiera, pero se abstuvo sagazmente de esclarecer el epicentro exacto de la deflagración. Prefiere delegar esa ínfima cuestión al “procedimiento de investigación”, ese ente abstracto que siempre corre a cargo de alguien más.
La fe como bálsamo ante la ineptitud terrenal
Frente a la parálisis estatal, la Iglesia católica moviliza sus propias legiones. El arzobispo de Hermosillo, Ruy Rendón Leal, en un ejercicio de pragmatismo celestial, ha comunicado que eleva sus plegarias por las víctimas. “Con profundo dolor nos hemos enterado de esta terrible explosión…”, declaró, reconociendo un sentimiento que la autoridad secular parece haber omitido en su comunicado. Ofrece a un “Padre Dios benigno” como consuelo último para los hogares enlutados, un refugio espiritual ante la incapacidad de las instituciones terrenales para ofrecer siquiera una explicación coherente. Una muestra más de que, en el gran teatro del absurdo, la fe es el único guion que no requiere justificación lógica.

















