El Estado importa un ejército de moscas estériles para salvar la ganadería
En un alarde de ingenio burocrático que haría palidecer a los más creativos escritores de ciencia ficción, el régimen ha desplegado su arma definitiva contra una insurgencia biológica: un ejército aéreo de solteros frustrados con alas. Para contener la rebelión del gusano barrenador, que avanza cual conquistador por el centro y norte de México, el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica) ha iniciado la importación mensual de 24 toneladas métricas de pupas estériles, una legión de eunucos entomológicos destinados a seducir sin éxito a sus congéneres salvajes.
La Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), en un ejercicio de precisión contable que solo un burócrata podría envidiar, importa a diario 860.42 kilos de capullos de soltería forzosa, casi una tonelada de decepción amorosa empaquetada, para completar un arsenal de 6 mil 23 kilogramos de celibato irradiado. El procedimiento de contratación LA-08-B00-008B00001-N-191-2025, documento que debe leerse como un manifiesto kafkiano, revela que el erario público ha destinado la módica suma de un millón 688 mil 260 pesos únicamente a los servicios de despacho aduanero para esta importación de ilusiones rotas.
Este contrato, establecido con la empresa Agencias Aduanales Arjo, inició su vigencia el pasado 1 de septiembre y se extinguirá el 31 de diciembre, como si la naturaleza y sus plagas entendieran de ciclos fiscales. La estrategia, una joya de la diplomacia binacional, se ejecuta bajo los sagrados designios de la Comisión Panamá–Estados Unidos para la Erradicación y Prevención del Gusano Barrenador del Ganado (Copeg), un organismo cuyo nombre sugiere una trama de espionaje de la Guerra Fría.
Este batallón de insectos célibes se suma a los 90 millones de unidades que se dispersan semanalmente desde mayo, cuando el secretario de Agricultura, Julio Berdegué Sacristán, anunció —con la premura característica de un Estado visionario— que el objetivo primordial era evitar que el gobierno estadounidense cerrara sus fronteras a la importación de bovinos mexicanos. La dependencia, en un acto de generosidad fiscal, desembolsó 2 millones 131 mil 767 pesos por la importación diaria de nueve litros de huevecillos de mosca del Mediterráneo desde Guatemala, y la importación semanal de entre 30 y 60 millones de pupas de gusano barrenador desde Panamá.
El plan maestro, iniciado en enero, establece con precisión militar el número de moscas del Mediterráneo que deben ser liberadas para su misión de soltería: desde un mínimo de 70 hasta un máximo de 134 en el primer mes, escalando en una coreografía numérica que culmina en diciembre con entre 217 y 377 almas solitarias. Para las pupas del gusano barrenador, la campaña de celibato comienza con una fuerza de entre 40 y 80 unidades en enero, alcanzando su clímax en diciembre con un pelotón de entre 100 y 200 individuos radiados.
Según la sabiduría del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (Inin), esta ofensiva se basa en la “técnica del macho estéril por radiación”, una estrategia bélica que consiste en liberar hordas de insectos esterilizados para que compitan en el apareamiento con sus rivales fértiles, asegurando así que la progenie sea nula y la población decline. Es la versión entomológica de una guerra fría: una batalla librada no con bombas, sino con citas fallidas y noches de insatisfacción genética, donde el arma más poderosa del Estado es la impotencia inducida a gran escala.