En un acto de desbordante generosidad que seguramente será recordado en los anales de la filantropía estatal, el Excelentísimo Señor Martí Batres Guadarrama, Sumo Pontífice y Director General del Sagrado Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), ha proclamado un edicto navideño que dejará boquiabiertos a los más escépticos.
Desde su púlpito en el Informe del Gabinete de Salud, presidido por la Mandataria Claudia Sheinbaum Pardo, Batres anunció con la solemnidad de quien reparte tierras: “En los templos comerciales de SuperISSSTE vamos a apapachar —término técnico-burocrático para ‘no exprimir del todo’— a la plebe que se atreva a peregrinar hasta nuestros santuarios durante esta temporada decembrina. Les otorgaremos un diez por ciento de descuento en sus ofrendas, especialmente a aquellos beatificados por los programas sociales federales o portadores de las sagradas reliquias conocidas como ‘vales del gobierno'”.
¿Una rebaja divina o la caridad como espectáculo?
Esta monumental concesión, equivalente a salvar un décimo del tributo habitual al fisco comercial, plantea una pregunta existencial: ¿Es un acto de misericordia o un cálculo político vestido con traje de Papá Noel? La maquinaria estatal, experta en transformar obligaciones en dádivas y derechos en privilegios, nos obsequia la ilusión de la benevolencia, como si el descuento no saliera de los mismos bolsillos que financian la eterna ópera burocrática.
La epopeya de las tiendas del pueblo, para el pueblo (con carnet)
Los SuperISSSTE, esa cadena de tiendas que surge como un faro de esperanza en el mar de la especulación capitalista, tienen el loable objetivo de ofrecer productos de la canasta básica a precios “bajos”. He aquí la paradoja suprema: el mismo Leviatán que regula, subsidia y a veces estrangula el mercado, se erige también como su salvador mercante, creando un circuito cerrado de dependencia donde el ciudadano-agradece-al-benefactor-por-no-cobrarle-de-más. Una obra maestra de la autosuficiencia paternalista.
Así, en esta navidad, el milagro no será la multiplicación de los panes y los peces, sino la reducción matemática del precio final en la ticket. ¡Alabado sea el décimo don celestial! Que los siervos del Estado corran a recibir su apapacho presupuestario, antes de que la oferta expire y la realidad vuelva a su precio de lista.
















