El Gran Teatro del Absurdo Fiscal
En un alarde de creatividad sin precedentes, el augusto gobierno de la nación ha decretado la puesta en escena de su más reciente obra: La Lotería del Consumo Virtuoso. Los felices ganadores que demuestren su patriotismo mediante el sagrado acto de deslizar plásticos durante el Buen Fin recibirán su botín libre del yugo tributario, en lo que los analistas ya catalogan como el milagro de los panes y los peces adaptado a la era del capitalismo tardío.
La Alfombra Roja para los Elegidos del Plástico
El Servicio de Administración Tributaria, transformado por arte de magia burocrática en el Oprah de las finanzas personales, repartirá quinientos millones de pesos entre la plebe que ejerza su vocación consumista con mayor devoción. Los agraciados recibirán desde quinientos hasta veinte mil pesos, con un premio mayor de doscientos cincuenta mil, todo ello convenientemente exento de esa molesta retención que afecta a los ingresos meramente productivos.
La Federación como Papá Noel Tributario
Para evitar que los gobiernos locales sufran de envidia fiscal, la Federación asumirá el papel de bienhechor universal y pagará por cuenta del afortunado todos los impuestos locales. Así, en un espectáculo de generosidad con dinero ajeno, se establece el estímulo fiscal perfecto: donde el ciudadano común paga impuestos, el ciudadano premiado recibe limosnas fiscales financiadas por… los impuestos del ciudadano común.
Esta joya de ingeniería social se sustenta en el artículo 33-B del Código Fiscal de la Federación, esa arcana reliquia legislativa que permite transformar el Impuesto Sobre la Renta en un mecanismo de redistribución vertical: de los bolsillos de todos hacia los ganadores de una ruleta de consumo. Una parábola moderna donde los contribuyentes financian tanto los premios como la exención de dichos premios, en un bucle metaburocrático que haría palidecer de envidia al mismo Kafka.
