Un Fideicomiso para la Era de la Opacidad Dorada
En un acto de revelación que ha conmocionado a las esferas del poder, la titular de la Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno, Raquel Buenrostro, ha desenterrado los sagrados pergaminos que detallan las proezas administrativas de los antiguos gobernantes en el manejo del Fondo de Desastres Naturales (Fonden). Según los anales, este fideicomiso no era un mero instrumento financiero, sino una obra maestra de la ingeniería burocrática, diseñada con la precisión de un reloj suizo para garantizar que la ayuda a los damnificados fuera tan etérea como un espejismo.
Durante la conferencia matutina de la presidenta Claudia Sheinbaum, celebrada en el sagrado recinto de Palacio Nacional, se explicó que, en contraste con la edad de las tinieblas precedente, el gobierno actual ha logrado hazañas que rayan en lo milagroso: actuar con celeridad. Una herejía para un sistema que consideraba que un trámite de 120 días era “agilidad administrativa”.
La Genealogía de la Ineficacia: Una Saga Heroica
La secretaria Buenrostro, con la paciencia de una paleontóloga, describió la evolución de este coloso de la inoperancia. Nacido en 1996 en el fértil valle de la oscuridad regulatoria, el Fonden era una criatura que prosperaba en la penumbra. “Los fideicomisos no tenían tantas reglas”, declaró, en lo que solo puede describirse como un elogio al caos creativo de antaño, donde la falta de información no era un defecto, sino una característica filosófica.
“Se aprovechan mucho de la figura para sacar cada vez más dinero”, acusó, describiendo lo que los economistas clásicos denominarían un “modelo de negocio de altísimo rendimiento”.
Se nos presenta un cuadro de tal burocracia excelsa que el sistema mismo se inmolaba bajo el peso de sus propios procedimientos. La ayuda era un concepto abstracto, un fantasma que rondaba los pasillos ministeriales pero que rara vez se materializaba ante un ciudadano necesitado. La reconstrucción no era una carrera de velocidad, sino un maratón de obstáculos donde la línea de meta se movía constantemente.
Comparativa entre Eras: De la Parálisis a la Agilidad Quimérica
La Auditoría Superior de la Federación, en un arranque de lirismo técnico, catalogó al Fonden como “ineficaz, ineficiente, reactivo, opaco y corrupto”. Es decir, cumplía a la perfección con el protocolo estándar de muchas instituciones de su tiempo. La época de Fox nos legó la figura de la Coordinadora General de Protección Civil como un epicentro de creatividad contable y sobreprecios artísticos. Bajo Calderón, la emergencia en Veracruz se convirtió en una instalación performática sobre la parálisis gubernamental. Y con Peña Nieto, los huracanes Ingrid y Manuel encontraron un rival a su altura: una burocracia patética capaz de detener con su inercia hasta la fuerza de la naturaleza.
El común denominador, nos cuentan, era un “faltante” recurrente de al menos 500 millones de pesos por evento. Una cifra que, en el argot de los viejos magos de las finanzas públicas, se traduce como “el dinero que se esfumaba en el éter de la gestión”.
La Nueva Era: El Mito de la Eficiencia Revelada
Frente a este legado de sombras, el gobierno actual se presenta como el héroe que desciende del Olimpo con la antorcha de la transparencia radical y la ayuda directa. Han disuelto el arcaico fideicomiso, desterrando la opacidad a los confines de la historia. Ahora, en un abrir y cerrar de ojos —específicamente, en 13 días— la ayuda llega. Con menos dinero, aseguran, pero con resultados visibles. Una herejía económica que desafía todo lo establecido: ¿es posible que la eficiencia no requiera de montañas de billetes, sino de un ápice de voluntad política?
En este nuevo amanecer, la corrupción y la burocracia han sido exiliadas, y los recursos, nos prometen, ya no se pierden en laberintos fiduciarios, sino que fluyen como un río cristalino hacia las manos del pueblo. Una narrativa tan reconfortante que casi hace olvidar los siglos —o sexenios— de práctica institucional en el arte de administrar desgracias.




















