El fuego purificador o cómo el humo oculta la basura del sistema

El fuego purificador o cómo el humo oculta la basura del sistema

Un moderno volcán de la ineptitud, escupiendo el humo de nuestros pecados de consumo y abandono.

CULIACÁN, Sinaloa.- En un espectáculo pirotécnico de la más pura iniciativa privada, un vertedero ilegal, ese monumento espontáneo a la desidia municipal, decidió autoinmolarse en un acto de purga termoquímica. Tras un épico combate de 36 horas —una gesta heroica que habría hecho llorar a los dioses del Olimpo—, los valientes escuadrones de extinción de incendios y Protección Civil lograron la hazaña de devolver el caos a su estado original de caos latente. El milagro, nos aseguran, se consumó sin víctimas humanas, aunque el aire y la dignidad cívica permanecen en estado crítico.

El protocolo del misterio: investigar sin encontrar

Las lumbreras de la autoridad, en un comunicado que es un dechado de transparencia opaca, declararon con solemnidad que las causas del siniestro son un enigma tan profundo como el propio agujero presupuestal para el manejo de desechos. La primera y más audaz medida fue, naturalmente, expulsar a los recolectores informales, esos arqueólogos de la miseria que hurgan en lo que la sociedad desecha. Se estableció un perímetro de seguridad, no vaya a ser que algún ciudadano, confundido, intente apagar el fuego con sentido común, un recurso aún más escaso que el agua en los cañones hidráulicos.

La épica de la maquinaria pesada contra el síntoma

La Secretaría de Seguridad Pública narró la odisea: un día y medio de batalla con artillería acuática y bestias mecánicas abriendo trincheras. Una victoria total sobre las llamas, que sin duda celebrarán con un brindis los residuos sólidos urbanos que, intactos en su esencia, aguardan la próxima chispa. La dependencia, en un rapto de genialidad profiláctica, exhortó al populacho a abandonar los juegos pirotécnicos. Porque, como es sabido, la verdadera amenaza no son las montañas de basura sin vigilancia, sino el niño travieso con un cuetito a tres kilómetros de distancia.

La temporada de incendios: cuando el síntoma se vuelve paisaje

Este evento lumínico se corona como uno de los más brillantes de la semana en la capital sinaloense, siguiendo los pasos de su hermano mayor, el incendio en el relleno sanitario oficial. Aquella función demandó el despliegue de más de 100 paladines con manguera y, tras una maratón de 90 horas de labor, lograron convencer al fuego de que se retirara. Se empleó toda la tecnología disponible: cañones, pipas, góndolas y excavadoras. Todo, menos la tecnología más simple y elusiva: un sistema de gestión integral de residuos que prevenga que nuestra civilización se caliente tanto los pies que acabe prendiéndose fuego a sí misma.

Así, entre llamas controladas y humaredas disipadas, la ciudad avanza. Cada incendio sofocado es un triunfo sobre el síntoma, una victoria pírrica que deja intacta la enfermedad. Un recordatorio de que, a veces, la forma más eficiente de lidiar con los problemas es esperar a que estallen en llamas para luego poder apagarlos ante las cámaras. Una sátira tan absurda que ni el mismísimo Swift se atrevería a escribirla, por temor a que la confundieran con un boletín de prensa oficial.

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