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El glorioso plan de 420 árboles para salvar 27 supervivientes

Una iniciativa ecológica se convierte en el perfecto alegato sobre la maquinaria gubernamental y sus soluciones monumentales para problemas creados por ella misma.

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MORELIA, Michoacán.

En un acto de heroísmo administrativo sin precedentes, el gobierno de Michoacán, liderado por el ilustre Alfredo Ramírez Bedolla, ha declarado una guerra total a la extinción con el lanzamiento de una operación militar-botánica para salvar al zapote prieto. Esta especie, tras siglos de perfecta adaptación al ecosistema, ha tenido la insolencia de reducirse a apenas 27 ejemplares, desafiando así las estadísticas de productividad del Estado.

Frente a esta flagrante muestra de indisciplina natural, la respuesta ha sido proporcional: una siembra de 420 árboles. Una ratio de quince árboles nuevos por cada superviviente, porque en la Nueva Política Ecológica de la Cuarta Transformación, más es siempre más, especialmente cuando se trata de fotos para la prensa.

El magno programa de rescate moviliza a un ejército de burócratas, académicos y funcionarios de la Secretaría del Medio Ambiente, la Comisión Forestal, la UNAM y la UMSNH. Una coalición de fuerzas que, de haberse reunido antes, quizás habría evitado que el hábitat se redujera a un par de jardines. Pero ¿para qué prevenir cuando se puede reaccionar con grandiosidad?

El gobernador, con la solemnidad de un general desplegando tropas, ha anunciado que los nuevos reclutas arbóreos serán desplegados en Áreas Naturales Protegidas. “Una de nuestras políticas prioritarias es la preservación”, declaró, sin especificar si se refería a los árboles o a los puestos de confianza creados para supervisarlos.

Alejandro Méndez López, secretario del Medio Ambiente, detalló la estrategia con un entusiasmo conmovedor: más de 200 árboles ya han sido plantados en el Manantial de La Mintzita y el Cerro del Punhuato. Allí, cada uno recibirá un trato de cinco estrellas: sombra y acolchado, prácticas de conservación que, irónicamente, son más luxosas que las condiciones de vida de muchos ciudadanos a los que representan.

El zapote prieto, por su parte, se ha convertido en el símbolo involuntario de una paradoja sublime: un gobierno que descubre la urgencia ecológica sólo cuando el último ejemplar está a punto de morir, para entonces lanzar una cruzada que garantice su legado… el legado del gobierno, se entiende, no el del árbol.

Así, mientras la pérdida de hábitat y la escasa reproducción natural – eufemismos para la deforestación y el desinterés crónico – siguen siendo el problema real, la solución es un monumental esfuerzo de reforestación que, eso sí, fortalece la biodiversidad de los discursos oficiales y fertiliza el terreno para las próximas campañas proselitistas.

En el gran teatro de la política ambiental, cada árbol plantado es un actor mudo en una obra donde el verdadero crecimiento no es el de las raíces, sino el del presupuesto asignado.

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