La Nueva Religión del Riel y el Acólito Armado
En un acto de fe que haría palidecer a los más devotos constructores de catedrales medievales, el Gobierno Federal, en su infinita sabiduría, ha decidido consagrar la bagatela de 142 mil millones de pesos a la más noble de las cruzadas modernas: la erección de trenes de pasajeros. No son meros vagones sobre raíles, oh no, son arcas de la alianza que transportarán al pueblo elegido hacia el paraíso del desarrollo prometido.
Pero toda religión necesita sus órdenes militares. Seis modernas cofradías, surgidas en el sagrado sexenio anterior y bendecidas con el control castrense, han extendido su cáliz para recibir la comunión de un subsidio de 58 mil 212 millones de pesos. Su argumento teológico es impecable: no generan los recursos suficientes. En el mundo profano, a esto se le llama negocio ruinoso; en la nueva liturgia estatal, se denomina inversión estratégica en la seguridad nacional del gasto.
Estos fondos, extraídos del maná del Presupuesto de Egresos 2026, están destinados a financiar las reliquias pendientes del Tren Maya y el Ferrocarril del Istmo de Tehuantepec. Porque, ¿qué mejor manera de honrar el pasado que construyendo un futuro sobre deudas monumentales?
Y no podía faltar el milagro de la multiplicación de los proyectos. Otros 14 mil 386 millones serán ofrendados para el Tren Saltillo-Nuevo Laredo, un recordatorio de que la fe en el riel no conoce límites geográficos, ni financieros.
Un oráculo contemporáneo, el especialista Carlos Barreda, ha traducido la profecía a términos terrenales: la suma de todos los tramos equivale a mil 430 kilómetros de vía por construir. Una simple operación aritmética revela el prodigio: se invertirán 105 millones de pesos por cada kilómetro en el primer año. A ese precio, no se está comprando acero y durmientes, se está adquiriendo la esperanza misma, solidificada en traviesas y balastro. Un horizonte de terminación de al menos tres años que, como todo horizonte, se alejará conforme nos acerquemos a él, en un eterno y costoso juego de perspectivas.
Mientras tanto, en el mundo real –ese lugar incómodo que la política intenta constantemente rediseñar–, hospitales y escuelas seguirán mendigando limosnas, consolados con la promesa de que la salvación nacional, literalmente, pasa por ahí.