Nacional
El Gran Baile de los Quince Años Oncológicos y la Caridad Partidista
Un festejo surrealista donde la política se viste de caridad en un baile de máscaras que oculta promesas incumplidas.

En un alarde de generosidad sin precedentes, el ilustrísimo diputado Guillermo Rendón Gómez, paladín de la causa morenista, ha decidido otorgar a cincuenta doncellas en lucha contra el cáncer el sublime privilegio de experimentar por un día la ilusión de la normalidad. ¿Qué mejor manera de enmendar el pequeño inconveniente de un sistema de salud colapsado que con un vestido de gala, una peluca oncológica y un paseo en Turibús?
El ritual comenzó con una misa, porque nada apacigua más la ira de los dioses de la oncología que una buena dosis de fe. Ataviadas con tenis y sonrisas valientes, las jóvenes fueron maquilladas por los sumos sacerdotes de la estética del “Krasa Institute“, porque si el tumor no perdona, el contorno de ojos tampoco debería hacerlo.
El cortejo fúnebre, disfrazado de paseo festivo, recorrió la capital a bordo de un vehículo de la empresa ADO Mobility, en una alegoría perfecta del viaje que estas valientes emprenden cada día: un trayecto incierto, con paradas en la quimioterapia y la radioterapia, pero con vistas panorámicas a la indiferencia estatal.
El clímax de esta farsa benevolente se desarrolló en el salón Atzin, un oasis de frivolidad en el desierto de la desatención médica. Allí, el diputado Rendón Gómez, rodeado de una corte de colegas legisladores, organizaciones civiles y empresas privadas ansiosas por su ración de publicidad redentora, pronunció las palabras sagradas: “Vamos a honrar a estas quinceañeras que nos dan un mensaje de esperanza”. Porque en el Nuevo Reino de la Cuarta Transformación, la esperanza ya no es un derecho, sino un premio de consolación que se otorga en forma de vals y pastel.
El legislador, con la solemnidad de un César repartiendo pan y circo, agradeció a las asociaciones “Cáncer Warriors“, “Con el poder de hacer” y “Antes de partir“. Nombres que, por sí solos, constituyen un poema trágico sobre la desesperación ciudadana que debe suplir con caridad lo que el Estado abandona por omisión.
Entre los padrinos de esta orgía de buenrollismo partidista, destacan figuras como la diputada Marisela Silva del PVEM y el célebre Sergio Mayer, porque ¿qué sería de una lucha contra el cáncer sin la presencia revitalizadora de un exintegrante de Garibaldi? La lista de benefactores es tan larga como la lista de espera para una cirugía oncológica en el IMSS.
Y mientras las cámaras capturan el momento en que una adolescente baila su vals soñado antes de volver a la quimio, el diputado sentencia con una perla de sabiduría burocrática: “Esta enfermedad no se puede prevenir, pero sí enfrentar”. Una declaración que resuena con la fuerza de un dogma, eximiendo mágicamente a cualquier gobierno de la responsabilidad de invertir en prevención e investigación. La detección oportuna, nos dice, es la clave. Claro, siempre y cuando la oportunidad no dependa de los meses de espera para un estudio especializado.
Así, en el gran teatro de la filantropía política, la vida de cincuenta niñas se convierte por un día en el escenario donde se representa la comedia más antigua: la que usa la desgracia ajena como trampolín para la redención pública, mientras el sistema que permitió esa desgracia sigue intacto, bailando su propio vals de indiferencia.

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