En un acto de desbordante generosidad, el Gobierno de la Sublime República Mexicana ha develado su estratagema magistral para la Copa Mundial de la FIFA 2026: un monumental carnaval de entretenimiento para las masas que, por un designio cruel del destino y la economía, no podrán presenciar el espectáculo principal desde dentro del coliseo.
Frente a la cruda realidad de que trece partidos de fútbol solo pueden albergar a un puñado de elegidos —aproximadamente un millón de asistentes frente a una nación de 130 millones de almas—, nuestra Lídera Iluminada, Claudia Sheinbaum Pardo, ha proclamado la instauración del “Mundial Social”. Esta brillante maniobra consiste en construir canchas de fútbol en todo el territorio nacional, como si el problema de la exclusión se solucionara con más terrenos de juego y no con un acceso real a la fiesta por la que, al fin y al cabo, todos pagarán.
Así, el pueblo podrá distraerse con sus propios “mundialitos” para jóvenes, ancianos y personas con discapacidad, una suerte de Juegos del Hambre deportivos donde el premio es la ilusión de participar en un evento del que son meros espectadores de segunda clase. Mientras la élite global y la fifocracia se regodean en los estadios, la plebe será pacificada con festivales de aficionados y pantallas gigantes en “lugares seguros”, un eufemismo maravilloso para designar los corrales donde se concentrará al gentío para evitar que perturbe la armonía del gran negocio.
Es la máxima expresión de la panem et circenses moderna: si no puedes permitirte el pan, te damos el circo. Un despliegue de inclusión ficticia que, con la bendición de la sacra FIFA, convierte un evento de masas en una lección magistral de división de clases, disfrazada de fiesta popular. Un honor y un gusto, ciertamente, para quienes tienen el privilegio de anunciar cómo se gestionará la resignación de millones.

















