En un alarde de paternalismo tecnocrático sin precedentes, los augustos templos del capital, también conocidos como bancos, han sido compelidos por los sumos sacerdotes de la CNBV a implementar el más novedoso de los talismanes digitales: el Monto Transaccional del Usuario o MTU. Una medida que, so capa de protegernos de los pícaros cibernéticos, instituye la gloriosa doctrina de que tu dinero es tuyo, pero su custodia es un asunto de seguridad nacional.
Según el oráculo regulatorio, este factor de seguridad no es más que un cordón umbilical digital que te ata a la benevolencia de tu entidad crediticia. A partir de ahora, el ciudadano común, ese ser de imprevisibles impulsos monetarios, deberá suplicar permiso—digo, “definir un límite”—para mover sus propios fondos a través de la banca por internet. La alternativa, nos advierten con solemnidad burocrática, es que el banco, en su infinita sabiduría basada en algoritmos, decida por ti cuál es la cantidad que mereces gastar, estableciendo un tope automático de 12 mil 800 pesos. Una cifra que, sin duda, ha sido calculada mediante complejos rituales aritméticos y no sacada de un sombrero estadístico.
¿Se limitará el acceso al dinero? ¡Jamás!, exclaman los voceros del sistema. Tu fortuna permanecerá intacta en la bóveda virtual. Sin embargo, si osas traspasar el umbral sagrado de tu propio MTU, deberás someterte a un rito de verificación que podría incluir una llamada telefónica, un mensaje o un correo electrónico. Es la versión financiera de pedir una audiencia con el rey: tu dinero está ahí, pero para tocarlo, primero debes demostrar que eres quien dices ser, una y otra vez.
La narrativa oficial, empapada de un celo protector, nos presenta este mecanismo como un escudo contra el fraude y el robo de identidad. En esta fábula moderna, el ciudadano es un infante digital que debe ser protegido de sí mismo y de los lobos que merodean en el ciberespacio. Eso sí, con la elegancia que caracteriza a las instituciones, se apresuran a desmentir los rumores de que esto es un caballo de Troya para imponer multas o restricciones. ¡Nada de eso! Es simplemente el Estado y la banca, unidos en fraternal abrazo, velando por tu seguridad… y, de paso, por su control sobre el flujo de capital.
El calendario de implementación es un monumento al absurdo administrativo: una carrera contra el reloj para que los usuarios “elijan” su propia jaula antes de que el banco les imponga una por defecto. Una elección libre, por supuesto, siempre y cuando confirmes cada movimiento con tu benevolente carcelero financiero. En el gran teatro de la seguridad bancaria, el MTU no es más que el último acto de una comedia donde la libertad se disfraza de protección y el control se viste de innovación.