El Gran Teatro de la Inocuidad Agroalimentaria

El Gran Teatro de la Inocuidad Agroalimentaria

Una alta sacerdotisa del verbo agrícola profetiza un futuro radiante para una legumbre, ante la atenta mirada de un séquito de creyentes.

En un acto de fe que rivaliza con los grandes misterios eleusinos, la augusta senadora Olga Sosa Ruíz, Suma Pontífice de la Comisión de Agricultura, descendió de su Olimpo legislativo para grabar con fuego sagrado las nuevas tablas de la ley agroalimentaria durante el Tercer Congreso Nacional de Sanidad e Inocuidad. Allí, entre el incienso de las promesas y el humo de los discursos, proclamó el evangelio según el cual, mediante el trabajo legislativo responsable (una criatura mitológica que todos afirman haber visto pero nadie puede describir), cada alimento que llegue a la mesa familiar será un sagrado talismán de salud, calidad y confianza.

Este sínodo, un aquelarre de personajes relevantes cuyo principal mérito es su presencia en tales aquelarres, fue bendecido con la sabiduría de la senadora en el panel “Estrategias para Fortalecer lo que ya es Fuerte“. Compartió trono con el magnánimo Jorge Estévez Recolons, monarca del Consejo Nacional Agropecuario, y el oráculo Francisco Javier Calderón Elizalde, titular de SENASICA, en una ceremonia donde las palabras “coordinación” e “innovación” fueron repetidas con la devoción de un mantra tibetano.

La profetisa Sosa Ruíz reveló entonces que, inscritos en los cien mandamientos de la nueva administración presidencial, se encuentra el eje “República Rural, Justa y Soberana“. Un concepto tan vasto y nebuloso que, por arte de magia retórica, abarca desde la lucha contra un hongo en Sinaloa hasta la redención espiritual del jornalero. Declaró esta alianza por la sanidad como vital para la competitividad, un eufemismo elegante para no decir “para que los grandes productores sigan exportando sin obstáculos”.

Con un arrebato de lirismo pastoral, ensalzó que el campo es origen e identidad, es historia y futuro. Una verdad tan profunda como incontestable, y tan útil para el discurso como un florero para un banquete: decora, pero no alimenta. Acto seguido, desgranó la receta mágica para alcanzar la idílica sanidad: fortalecer la prevención y el control de plagas. Una revelación comparable a anunciar que para tener un jardín florido hay que regar las plantas.

“Ambas dimensiones, sanidad e inocuidad, confluyen en propósitos comunes: proteger la vida, brindar certidumbre al consumidor…”, vociferó, en una frase tan redonda y hueca como una burbuja de jabón. El verdadero propósito común, murmuraron los herejes en los pasillos, suele ser proteger los presupuestos y brindar certidumbre a las cámaras empresariales.

Para culminar esta epopeya burocrática, la senadora enumeró los milagros ya obrados desde el senado: la actualización del marco normativo (es decir, cambiar comas en decretos que nadie lee), un trabajo territorial equitativo (visitas fotogénicas a comunidades selectas) y la promesa de infraestructura sanitaria en zonas rurales, allí donde el pavimento se acaba y las promesas se diluyen. Todo ello, aseguró, son herramientas de justicia social para el pequeño productor, a quien se le facilitará el acceso a certificaciones tan inalcanzables para él como una audiencia papal.

El corolario fue un himno a la autoalabanza institucional: “México tiene instituciones sólidas, personal capacitado e infraestructura moderna“. Una afirmación que provocó un éxtasis colectivo entre los presentes, quienes, entre canapés de productos inocuos, celebraron la perfección de un sistema que, casualmente, requiere de constantes congresos, paneles y discursos para seguir funcionando. El gran teatro de lo agroalimentario había levantado el telón, y el espectáculo, como siempre, fue impecable. La realidad, fuera de aquellas paredes, aguardaría su turno.

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