En un despliegue de precisión burocrática digna de los más exquisitos contables del horror, las augustas instituciones del Gabinete de Seguridad Nacional han publicado su último balance trimestral. No se trata de un informe de ventas, aunque la similitud en el fervor por las cifras rojas (y a veces literalmente rojas) es pasmosa. Bajo el eufemístico título de Plan Michoacán por la Paz y la Justicia, una coalición de siglas —SEDENA, GN, SEMAR— ha emprendido una meticulosa labor de recolección.
Su cosecha, presentada con el orgullo de un feriante que exhibe sus mejores calabazas, asciende a 16 unidades de recurso humano conflictivo, 27 artefactos pirotécnicos no autorizados, y una variopinta colección de vehículos de procedencia dudosa. Todo ello, se nos asegura, obtenido durante amables recorridos de confianza por pintorescos municipios cuyos nombres —Apatzingán, Buenavista Tomatlán— suenan a promesa turística incumplida.
La Contabilidad del Leviatán
El genio matemático de la estrategia brilla en el consolidado final: 241 almas ingresadas al sistema, junto a un arsenal que incluye desde 118 herramientas de persuasión rápida hasta 28,800 litros de futuro químico incierto. Es una labor de farmacéutica inversa: en lugar de crear vida, se desmantelan, con eficiencia germicida, los laboratorios donde se destila el nihilismo. Los 16 campamentos desactivados no eran de boy scouts, claro está, sino guaridas de aquellos que no comprenden las delicadas reglas del monopolio estatal de la violencia.
El Compromiso Refrendado en Papel Couché
Finalmente, las instituciones, con la solemnidad de un oráculo, refrendan su compromiso. Es un compromiso abstracto, pulcro, que se mide en kilos de metanfetamina incautada y en kilómetros de carreteras patrulladas. La paz aquí no es un estado del alma comunitaria, sino un KPI (Indicador Clave de Desempeño) que mejora mientras el botín confiscado llena los almacenes. Se ha fortalecido la seguridad, nos dicen. Quizás se refieran a la seguridad de las propias cifras, que crecen robustas e implacables, en un informe tras otro, en un plan tras otro, en un siglo tras otro, mientras la justicia, esa otra cosa, sigue siendo una mercancía escasa, de lento movimiento y stock permanentemente agotado en los estantes de la realidad.














