El gran teatro de la revocación o cómo simular democracia en cuatro actos

El Gran Teatro de la Revocación, o Cómo Simular Democracia en Cuatro Actos

Una imagen promocional del próximo espectáculo de ilusionismo parlamentario.

Entre vítores y lamentos por lo que algunos osaron tildar de simulacro, los augustos miembros de la Comisión de Puntos Constitucionales del recinto de San Lázaro, en un arrebato de fervor democrático, aprobaron por abrumadora mayoría la puesta en escena de cuatro magnos foros. El noble propósito: ampliar el soliloquio sobre la modificación al artículo 35 de la sagrada carta magna, ese instrumento que concede al pueblo el sublime derecho de pedir permiso para desear cambiar de opinión, también conocido como revocación de mandato.

El histórico pacto, meticulosamente desprovisto de detalles banales como fechas concretas, recibió la bendición de 18 votos a favor provenientes de la sagrada trinidad gubernamental (Morena, PT y PVEM), enfrentándose a los seis herejes votos de la oposición (PRI, PAN y MC). El documento, una obra maestra de la ambigüedad burocrática, proclama: “Se aprueba la realización de dos sesiones de consulta a especialistas” para luego, en un giro dramático mid-debate, transformarse mágicamente en cuatro foros. La voluntad del pueblo, siempre tan voluble.

En un alarde de precisión logística, el acuerdo estipula que la primera consulta ocurriría en el ya pasado lunes 8 de diciembre, mientras que la segunda se celebraría en una fecha y hora que permanecen en el éter, esperando una revelación divina. “No podemos acompañar un acuerdo sin reglas claras“, clamó la diputada Noemí Luna del PAN, con una inocencia conmovedora. “Los parlamentos abiertos no deben convertirse en simples escenografías donde se escucha, pero no se atiende. La participación ciudadana merece respeto, no simulación“. ¡Qué idea tan radical! Exigir sustancia en el teatro político.

La duración del espectáculo, no vaya a ser que el debate se desborde, queda estrictamente acotada a un máximo de cuatro horas, fraccionadas en dos bloques. En cada uno, hasta cuatro ponentes —ni uno más, no sea que la democracia se vuelva caótica— podrán emitir sus peroratas. La diputada Iraís Reyes de MC tuvo la temeridad de señalar que limitar las voces a dieciséis en total era algo restrictivo y poco incluyente. Peor aún, aventuró que la selección proporcional de dichos ponentes —un eufemismo encantador— garantizaría que la mayoría de las voces fueran afines al régimen, convirtiendo el ejercicio en una simulación más. ¡Atrevida crítica a la aritmética básica de la hegemonía!

Ante tal insubordinación, la diputada Lilia Aguilar del PT ofreció una solución genial: duplicar la simulación. Propuso ampliar el debate a cuatro foros en lugar de dos, medida que fue aprobada con entusiasmo. “Como diría el clásico Enrique Peña Nieto, no están contentos con nada”, espetó, citando al filósofo contemporáneo para zanjar cualquier duda sobre la profundidad del análisis. Si antes se quejaban de la prisa, ahora se quejan de la pausa. ¡La oposición es incorregible!

Mientras, el diputado César Alejandro Domínguez del PRI —sí, ese mismo partido— alertó sobre la “finalidad política” de empatar el proceso con el ciclo electoral, para “poner todo el aparato de gobierno haciendo campaña”. La diputada Aguilar, con una franqueza que roza lo subversivo, confirmó la sospecha: sí, la idea es empatarlo con 2027, “porque no solo ahorra mucho dinero, sino que ahorra una capacidad logística”. Eficiencia ante todo. ¿Para qué desperdiciar recursos en dos eventos de propaganda cuando puedes fusionarlos en uno?

Finalmente, Alejandro Peña de Morena bajó el telón de la racionalidad: esto es solo una consulta para escuchar opiniones, no se ha determinado nada. El ejercicio constitucional es un derecho de la cámara. Y así, entre la prisa calculada, los foros expandidos, las voces proporcionales y los ahorros logísticos, la gran máquina de la democracia participativa se pone en marcha. Un mecanismo perfectamente engrasado donde todo está decidido, excepto la ilusión de que no lo está. El pueblo observa, y quizás hasta es invitado a aplaudir en los momentos indicados. Bravo.

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