El gran teatro del abrazo burocrático a los deportados

En un alarde de sincronía burocrática que haría palidecer al más eficiente reloj suizo, el gran aparato del Estado mexicano se ha desplegado para recibir, con los brazos abiertos y un formulario en la mano, a los héroes involuntarios de la diáspora inversa. En el Día Internacional del Migrante, la Secretaría de Gobernación, en un ejercicio de contabilidad creativa, presentó con orgullo las cifras del “éxito” del programa “México Te Abraza”: 145,537 almas repatriadas desde el vecino imperio del norte durante el renaciente mandato de Don Trump. No es una deportación, es un retorno asistido; no es un fracaso, es una oportunidad logística.

La maquinaria del abrazo: donde el calor humano se mide en raciones

La titular de la cartera, con la solemnidad de un general reportando bajas, detalló la operación. El programa, nos aseguran, brinda una “atención integral”, un eufemismo glorioso que engloba desde un plato de comida caliente hasta el trauma existencial de verse devuelto al punto de partida. Treinta y cuatro dependencias gubernamentales se coordinan en una danza kafkiana para ofrecer salud, bienestar, empleo (en un país donde escasea) e inclusión financiera (con una tarjeta de 2,000 pesos, suficiente para un viaje en autobús y la amarga reflexión). Se habilitaron nueve centros de atención, templos modernos donde la dignidad se canjea por servicios. Aunque tienen capacidad para 1,800 almas diarias, algunos redujeron su operación a 200 plazas, quizás en un acto de realismo o de simple hacinamiento controlado.

La estadística del desarraigo: fríos números para cálidos retornos

Los datos fluyen como un río de tinta oficial: 116,116 retornaron por tierra, 29,381 por aire. Octubre fue el mes estrella para las devoluciones terrestres, mientras agosto vio llover compatriotas desde el cielo en aeropuertos estratégicamente seleccionados. De los 145 mil, casi 100 mil aceptaron ingresar al circuito del abrazo institucional; los otros 45 mil prefirieron rechazar el abrazo completo, conformándose con una llamada telefónica y un bocadillo antes de desaparecer en la incertidumbre. El saldo, nos dicen, es blanco: más de 846 mil servicios prestados, incluyendo 292 mil raciones de comida, 24,300 palmaditas médicas y 8,000 sesiones para digerir el sueño americano triturado.

La ciudadanía de segunda clase, ahora con tarjeta de bienestar

El colmo de la eficacia satírica se alcanza con los beneficios otorgados. Más de 90 mil repatriados fueron afiliados al IMSS por orden presidencial, como si la cobertura sanitaria fuera un consuelo por la vida arrancada de cuajo. Se emitieron 56 mil actas de nacimiento y CURPs, reafirmando en papel una identidad que la deportación intentó borrar. Y 85 mil recibieron la Tarjeta Bienestar Paisano, el sello final de un proceso que convierte al migrante en un “paisano” asistido, en un ciudadano que vuelve a empezar, desde cero, pero con un subsidio para el pasaje. El Instituto Nacional de Migración trasladó a 98 mil a sus estados de origen, completando el ciclo: de la esperanza al despeñadero, y del despeñadero a la casa, en un autobús pagado por el gobierno.

Así, operando 24 horas al día, 7 días a la semana, la gran máquina del Estado celebra su capacidad para gestionar la derrota ajena, envolviendo en retórica humanitaria y métricas impecables el drama de decenas de miles. Un abrazo, al fin y al cabo, puede ser muchas cosas: un gesto de consuelo, una muestra de cariño, o la forma en que un sistema sujeta a quien no tiene a dónde escapar.

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