En un acto de generosidad sin precedentes, el Ministerio de la Conciliación Onírica ha inaugurado este martes el Gran Teatro del Diálogo Agrícola, justo después de que los plebeyos del campo osaran decorar las vías imperiales de al menos 22 provincias con su arte contestatario. Su pecado: reclamar que el fruto de su sudor valga más que migajas, cuestionar el sagrado derecho a la sed y manifestar su ingrata inconformidad con el paraíso de seguridad que disfrutamos. Así avanza este pulso entre el Olimpo gobernante y los siervos de la tierra, quienes insisten en tomarse en serio aquel cuento de hadas llamado “soberanía alimentaria”.
Las expresiones artísticas campesinas, que habían convertido el territorio nacional en una galería de indignación, comienzan a desvanecerse ante la promesa gubernamental de más conversación. La controversia alcanzó su cénit cuando la Gran Sacerdotisa de la Paz Social, Rosa Icela Rodríguez, declaró estas manifestaciones como “herejías políticas”, anunciando simultáneamente la apertura de “rollos de investigación” para los artistas más destacados. Nada dice tanto de la vocación dialoguista como una carpeta judicial abierta como centro de mesa.
La rebelión de los siervos
La réplica emergió desde las profundidades del Frente Nacional para el Rescate de lo Irrescatable. Eraclio Rodríguez, antiguo bufón de la corte ahora reconvertido en portavoz plebeyo, sentenció: “Calificar nuestras penurias como maquinaciones partidistas es el discurso más sublime que he tenido el honor de escuchar”. Mientras, la Emperatriz Claudia Sheinbaum aclaró desde su púlpito matutino que las palabras de su subalterna fueron “malinterpretadas por orejas poco ilustradas”. “Nosotros no perseguimos a nadie por expresar su amor por las carreteras bloqueadas”, exclamó con esa convicción que sólo poseen quienes nunca han esperado una cosecha.
El desencuentro entre los distintos gremios de disidentes añadió otro capítulo a esta epopeya. Los agricultores de Guanajuato, liderados por el hereje Mauricio Pérez, fueron excomulgados públicamente por atreverse a aceptar las monedas de plata que el régimen ofrece a los conversos. “¡Esos apóstatas negocian por su cuenta!”, denunció el ortodoxo Rodríguez, en lo que parece ser el primer cisma del movimiento campesino del siglo XXI.
La geometría de la subsistencia
Los insurgentes rurales exigen que sus cosechas sean valoradas en el 100% de su costo de producción más un 30% adicional por el atrevimiento de querer comer. Frente a esta aritmética revolucionaria, la Administración Sheinbaum ofrece el 50% como acto de magnanimidad real. “Estamos en plena cosecha y necesitamos vender para pagar a nuestros señores feudales comerciales, los únicos que no aceptan promesas como moneda de cambio”, explicó un siervo, demostrando esa terquedad medieval de priorizar la supervivencia sobre la retórica política.














