En el sagrado ritual de la conferencia matutina, donde los números se transmutan en triunfos por arte de magia burocrática, los sumos sacerdotes del progreso anunciaron con solemnidad que el Gran Leviatán del Seguro Social había engullido, en el mes pasado, la módica ofrenda de 48 mil 525 almas laborales. Una cifra, nos aseguran, que supera con creces los míseros 24 mil del año anterior, aunque palidece ante los gloriosos 106 mil de un pasado ya mitológico: 2023.
Así, el cómputo anual de sacrificios al dios del empleo formal asciende a 599 mil 389 unidades, un descenso del 3.2% que, lejos de ser una preocupación, es celebrado como el “nivel más bajo” en un lustro, si ignoramos convenientemente aquel año del Gran Encierro, cuando la peste dispersó a los siervos. No importa. Hoy, el registro total alcanza la cifra astronómica y récord de 22 millones 837 mil puestos, un monumento numérico que se erige imponente sobre el paisaje.
Desde el púlpito de Palacio Nacional, el heraldo Zoé Robledo, bajo la mirada benévola de la Presidenta, desgranó las sagradas escrituras estadísticas. Nos reveló, como un misterio divino, que el 86.7% de esas plazas son “permanentes”, es decir, 19 millones 800 mil promesas de estabilidad eterna (o al menos hasta el próximo recorte). Nunca antes en la historia del culto al IMSS se había alcanzado tal grado de perpetua temporalidad.
En un guiño de modernidad, el oráculo también declaró que, de la multitud afiliada, 9 millones 229 mil son mujeres, lo que constituye un 40.4% del ejército laboral. En el último ciclo solar, casi cien mil nuevas guerreras se han unido a la marcha. Para consuelo de las masas, se proclamó que el salario base de cotización, ese espejismo que refleja la “calidad” del empleo, ha ascendido a la astronómica suma de 624.9 pesos diarios. Un incremento del 7% que, sin duda, permitirá a los felices cotizantes adquirir, además de la canasta básica, quizás… la canasta.
Y así, entre gráficas ascendentes y porcentajes victoriosos, se construye día a día el relato del esplendor. Los récords se suceden unos a otros en una danza hipnótica, mientras la realidad, tozuda y prosaica, espera su turno fuera del escenario, donde no hay cámaras que la capturen ni boletines que la celebren.











