El Gran Teatro del Multilateralismo en San Lázaro

Foto: El Universal. Testimonio gráfico de un momento histórico donde la pompa y la circunstancia se dieron la mano.

En el majestuoso teatro de San Lázaro, donde las butacas cuestan más que el salario mínimo, la gran sacerdotisa del ceremonial legislativo, Kenia López Rabadán, celebró sus esponsales místicos con el emisario del orbe, Peter Grohman, sumo pontífice del moderno Vaticano laico conocido como Organización de las Naciones Unidas.

El sagrado ritual, bautizado pomposamente como conversatorio -esa palabra mágica que transforma la charla infructuosa en diplomacia de alto nivel-, promete salvar a la humanidad mediante el poder transformador de las palabras huecas pronunciadas en recintos lujosos.

“Hemos refrendado nuestro compromiso con el multilateralismo”, declaró la hierofante legislativa, mientras afuera el país real esperaba que alguien se comprometiera con cosas más terrenales como el agua potable o la seguridad pública.

En un alarde de originalidad conceptual, descubrieron que los organismos multilaterales trascienden ideologías, gobernantes y, aparentemente, también la eficacia concreta. “Necesitamos puntos de encuentro entre tanta polarización”, proclamó, ignorando que el único punto de encuentro real en el país son las quejas sobre la clase política.

Cuando algún osado periodista intentó profanar el sacrosanto evento preguntando sobre el relanzamiento del Partido Acción Nacional, la respuesta fue un monumento a la contradicción: “Eso es politiquería”, sentenció, minutos después de dedicar su mañana a la más pura politiquería internacional.

“Para eso nos pagan”, remató con candor involuntario, dando quizá la declaración más honesta de la jornada, mientras recordaba a sus colegas que lastimar a quien no puede defenderse es inmoral, ilegal y antitético, principios que curiosamente no aplican cuando se trata de lastimar el erario público.

El colmo del esperpento llegó cuando, tras condenar la denostación ajena, dedicó su discurso a denostar implícitamente a sus opositores políticos, en una magistral clase de cómo predicar agua mientras se bebe vino presupuestal.

Así funciona el gran mecanismo: mientras el pueblo debate sobre supervivencia, la élite legislativa debate sobre terminología diplomática, demostrando una vez más que en el reino de los ciegos, el tuerto es quien mejor describe los colores que nunca verá.

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