El Gran Teatro del Simulacro Nacional
En un acto de deslumbrante modernidad que solo un gobierno visionario puede ofrecer, la administración en turno ha anunciado su más reciente obra maestra: el Gran Teatro del Simulacro Nacional. Por primera vez en la historia, una alerta masiva, esa chuchería digital que tanto fascina a las masas, llegará a los sagrados celulares de ochenta millones de súbditos. La noticia fue proclamada desde el púlpito matutino, “Las Mañaneras del Pueblo”, con la solemnidad de quien anuncia el descubrimiento de un nuevo principio físico.
La máxima mandataria, Claudia Sheinbaum Pardo, en su infinita sabiduría, ha declarado que este prodigio tecnológico es de “vital importancia”, especialmente para aquellas zonas rurales donde, por arte de magia gubernamental, las ondas electromagnéticas logran lo que nunca pudieron las carreteras pavimentadas, los hospitales equipados o las escuelas con techos: salvar vidas. “El nivel de penetración del celular”, explicó con la precisión de una ingeniera, “es muy alto”. Una revelación que, sin duda, cambiará para siempre los anales de la sociología y la teleología estatal.
El plan es tan audaz como simple: mientras la tierra tiembla y los edificios se derrumban como castillos de naipes mal construidos, el ciudadano recibirá en su bolsillo un mensajito vibratorio que le indicará, con amable premura, que debe preocuparse. Es el santo grial de la prevención: la notificación push como sustituto de la infraestructura, la planificación urbana y la memoria histórica. ¿Para qué invertir en cimientos sólidos y protocolos serios cuando se puede tener una app?
La Coordinación Nacional de Protección Civil, en un alarde de creatividad catastrófica, ha detallado que el simulacro tendrá una hipótesis de sismo magnitud 8.1. Una cifra lo suficientemente aterradora como para justificar el presupuesto, pero lo suficientemente redonda como para ser memorable. Se invita a la población a registrar su participación y sus inmuebles en una página web, porque nada dice “estamos preparados” como depender de que nueve millones de personas recuerden su contraseña en medio del pánico.
Y he aquí la cereza del pastel burocrático: México se convierte así en el cuarto país del mundo en implementar este sistema. No el primero en educación, ni en igualdad, ni en sanidad. Pero sí el cuarto en mandar mensajes de texto masivos. Un logro que, sin duda, grabarán con letras de oro junto a otras hazañas nacionales como ser el primer consumidor de refrescos o el campeón en horas de televisión vista.
Mientras, en un rincón del país, un ciudadano contempla su teléfono, esperando la alerta que le salvará la vida. Su casa, construida con materiales de dudosa procedencia en un terreno irregular, no tiene los cimientos para aguantar un temblor fuerte. Pero su celular, oh, su celular, tiene la última versión del sistema operativo. Eso es lo que realmente importa. El progreso, al fin y al cabo, se mide en gigas, no en vidas.