El Gran Teatro Diplomático y sus Virtuosos del Protocolo

En el sagrado Día del Altísimo Funcionario Diplomático Mexicano, esa efeméride consagrada a la autocelebración burocrática cada 8 de noviembre, el monumental edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores emitió su ritualístico comunicado para ensalzar la excelsa vocación de proyectar lo que ellos denominan, con pomposa solemnidad, “política exterior”.

El canciller Juan Ramón de la Fuente, Sumo Sacerdote de este culto protocolario, proclamó con devoción que esta fecha rinde homenaje a la entrega casi divina de aquellos iluminados que representan a México allende los mares, “y de toda la legión de devotos que, desde sus tronos en embajadas, consulados y las celestiales oficinas centrales, laboran con lealtad inquebrantable al servicio del pueblo mexicano”, aunque dicho pueblo probablemente ignore la diferencia entre un consulado y un restaurante de comida internacional.

¿Realmente importa esta conmemoración o es pura retórica?

“Gracias a su incansable labor cotidiana”, vociferó el comunicado con unción, “se fortalecen los místicos lazos de amistad, se promueve la cooperación internacional –ese eufemismo para intercambiar canapés en recepciones– y se proyectan los elevados valores y principios de nuestra política exterior”. La proclama recordó, como quien descubre una reliquia sagrada, que esta celebración honra la creación, en 1821, de la primigenia Secretaría de Estado, antecedente del primer servicio civil de carrera en México y génesis del ahora todopoderoso Servicio Exterior Mexicano, esa aristocracia gubernamental que ha perfeccionado el arte de redactar notas verbales mientras el mundo arde.

¿Qué milagros ha obrado recientemente este cuerpo diplomático?

En un alarde de modernidad cosmética, el canciller De la Fuente anunció recientemente que el Servicio Exterior se ha “fortalecido” con diversas acciones, todas milagrosamente alineadas con los nuevos dogmas de la Política Exterior Feminista decretados por la presidenta Claudia Sheinbaum. “Para seguir defendiendo a nuestros connacionales y los sagrados principios constitucionales”, declaró, en lo que parece ser la fórmula mágica que justifica la existencia de toda esta intrincada maquinaria protocolaria, donde cambiar el mundo parece significar, principalmente, cambiar el menú de las recepciones oficiales.

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