El grotesco banquete capitalista que engorda a la infancia mexicana

El Festín de los Necios: Cuando la Comida Chatarra se Convirtió en Política de Estado

En un giro tragicómico que Jonathan Swift hubiera admirado por su perfecta absurdidad, los augures modernos de Unicef han vaticinado que el futuro de México no se medirá en promesas incumplidas, sino en kilos de más. El costo acumulado de la gordura infantil, calculado con precisión burocrática, ascenderá a la obscena cifra de cuarenta y dos mil millones de pesos, un tributo que el país pagará no a sus dioses, sino a las arcas de la industria de la comida basura.

El informe, un compendio de horrores dietéticos digno de un relato distópico, revela que los paladares infantiles han sido secuestrados por un ejército de bebidas azucaradas y productos ultraprocesados que constituyen casi la mitad del combustible calórico de la nación. ¡Qué ironía más exquisita! Mientras los discursos oficiales pregonan la soberanía alimentaria, los estómagos de los escolares son colonias de corporaciones que convierten el azúcar en oro.

El gobierno, en un arrebato de heroicidad regulatoria, ha prohibido recientemente la venta de estos venenos en los templos del saber: las escuelas. Una medida tan valiente como intentar tapar el sol con un dedo, mientras fuera de los portones las máquinas expendedoras de alimentos nocivos brillan como faros de la libertad de elección capitalista.

Las cifras, esas frías estadísticas que esconden dramas humanos, pintan un cuadro grotesco: más de un tercio de los niños mexicanos cargan con el sobrepeso u obesidad como un estigma nacional. México se corona así no como potencia económica, sino como campeón global de la prevalencia de obesidad, un título que debería enmarcarse junto a los records de desigualdad.

¿Y qué son estos alimentos ultraprocesados sino la perfecta alegoría de nuestra época? Elixires alquímicos creados no para nutrir, sino para seducir con sus colores artificiales y sus promesas de felicidad instantánea. Contienen altos niveles de azúcares y grasas no saludables, pero su ingrediente más letal es la complicidad entre el poder político y el económico.

Frente a este panorama, la Unicef lanza un llamado a la acción que parece extraído de un manual de resistencia contra un régimen opresor. Sus medidas urgentes suenan a decreto revolucionario: implementar políticas integrales, desarrollar iniciativas que promuevan cambios, empoderar a las familias, establecer garantías sólidas contra la injerencia industrial. ¡Qué noble cruzada contra los ejércitos del glutamato monosódico!

Pero en este sainete nacional, uno no puede evitar preguntarse: ¿realmente esperamos que los mismos arquitectos de este entorno alimentario tóxico sean los que diseñen la detoxificación? Es como poner al zorro a diseñar el gallinero, pero con programas de protección social y bonitos discursos sobre procesos normativos públicos.

El verdadero absurdo no está en las cifras ni en las prohibiciones, sino en la monumental contradicción de un sistema que por un lado medicaliza la obesidad y por el otro subsidia su causa. Bienvenidos al gran teatro del mundo, donde la tragedia de la salud pública se representa como farsa nutricional.

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio