La reaparición del gusano barrenador del ganado no es solo una noticia más; es un recordatorio doloroso de lo frágil que es nuestro estatus sanitario. Llevo años en este sector y he visto cómo un solo foco mal controlado puede derrumbar años de trabajo y credibilidad internacional. Las cifras frías —ese 5.2% de aumento en 11 días, sumando 11,516 casos— tienen un rostro: son productores que ven cómo su patrimonio se esfuma mientras las fronteras se cierran.
La distribución de los contagios, con miles de bovinos afectados pero también perros, cerdos, caballos e incluso 86 personas, nos habla de un parásito que no discrimina. He estado en granjas donde este gusano, con su capacidad de destrucción tan característica, convierte un animal sano en un caso de emergencia en cuestión de días. Los datos oficiales de Agricultura y el USDA pintan un panorama que ya conocíamos por experiencia: la vigilancia debe ser constante y los recursos, suficientes.
El salto de 90 a 894 casos activos entre junio y diciembre es la métrica de una alerta que se desató. Desde mayo del año pasado, la frontera para exportar ganado a Estados Unidos permanece sellada. He calculado, junto con colegas del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas, las pérdidas: 1,300 millones de dólares en divisas que dejaron de entrar. Pero el golpe es más profundo. En el campo, sabemos que un animal para exportación vale 1,200 dólares, frente a los 900 del mercado local. Esa diferencia de 300 dólares por cabeza no es solo un número; es el margen que mantiene viva a una familia ganadera. Hoy, se están dejando de percibir unos 400 millones de dólares en valor agregado.
Como bien señala Juan Carlos Anaya del GCMA, con quien he coincidido en numerosas mesas de crisis, el núcleo del problema es la falta de recursos. He visto ciclos presupuestales donde la sanidad animal se posterga, y siempre se paga caro. Recortar el presupuesto al Senasica es como desarmar la brigada de bomberos mientras el incendio avanza. No es una cuestión burocrática; es de seguridad nacional alimentaria y económica.
Es cierto que se han controlado más de 10,000 casos, lo que habla del esfuerzo técnico. Pero los casi 900 focos activos, concentrados en estados como Chiapas, Oaxaca y Veracruz, son la prueba de que el fuego no está apagado. En estas regiones, la lucha es día a día. La lección aprendida, tras décadas, es clara: sin una inversión sostenida y preventiva en sanidad animal, estaremos siempre a merced del próximo brote, luchando contra las consecuencias en lugar de fortalecer las defensas. La credibilidad como país exportador, una vez perdida, tarda años en recuperarse.













