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El gusano que devora vidas humanas mientras el sistema rasca la superficie

Dos casos humanos revelan el alarmante avance de una plaga que ya afecta a cientos de animales en el sureste.

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Foto: Agencia Reforma.

En un giro digno de película de terror biológico, la Secretaría de Salud anunció que los humanos ahora comparten protagonismo con el ganado en el reality show “¿Quién vive en mi carne?”. Dos afortunados chiapanecos —una abuela de 77 años y un hombre mordido por un perro— han sido elegidos para hospedar al gusano barrenador, ese squatter microscópico que no paga renta pero sí remodela tejidos sin permiso.

Las autoridades, expertas en convertir emergencias en boletines burocráticos, explican con calma de funeraria que estas miasis humanas son “más frecuentes en zonas rurales”. Traducción: problema de pobres. Mientras tanto, el Senasica contabiliza 869 casos en animales como si fueran puntos de un programa de lealtad: “Lleve 500 infestaciones y la próxima larva va gratis en su cavidad craneal”.

El informe clínico suena a guión de David Cronenberg: huesos expuestos, túneles de 6 cm excavados por inquilinos parasitarios, y larvas que hacen turismo desde la pierna hasta los senos paranasales. Todo ello, aderezado con el toque surrealista del telediagnóstico —porque en el México digitalizado, hasta los gusanos tienen consulta virtual—.

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Lo que nadie dice alto: este brote es el perfecto símbolo de un sistema que siempre reacciona cuando el parásito ya royó el hueso. Mientras las moscas C. hominivorax practican su versión de “De la cuna a la tumba” en carne viva, las dependencias juegan al informe-tenis con datos epidemiológicos. ¿El verdadero barrenador? La negligencia que carcome los cimientos de la salud pública.

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