El histórico acuerdo para detener armas que nunca debieron cruzar

En un alarde de realpolitik que hubiera dejado pálido al mismo Maquiavelo, la Jefa del Estado Mexicano, Claudia Sheinbaum, proclamó un pacto sin precedentes con el coloso del norte. La esencia del acuerdo, según la mandataria, consiste en que Estados Unidos hará, por fin, lo que siempre debió hacer: intentar que sus propias leyes se cumplan dentro de sus propias fronteras. Una concesión magnánima, sin duda.

La escena, ambientada en el paradisíaco Mazatlán, sirvió de telón para una coreografía diplomática digna de estudio. Mientras la crisis de seguridad en Sinaloa exhibía sus garras, la Presidenta, flanqueada por las lealtades locales, anunció al mundo que la soberanía nacional permanecía incólume. “Jamás se negociará”, declaró con la solemnidad de quien descubre un principio fundamental, como si la Constitución mexicana fuese un artefacto recién desempolvado de una cápsula del tiempo.

El mecanismo de esta hazaña geopolítica es el recién estrenado Grupo de Implementación de Seguridad, un ente burocrático cuyo primer logro ha sido invertir la lógica de la culpa. Por primera vez en la historia, se logró colocar en la agenda el incómodo tema de las armas de asalto que fluyen hacia el sur, un río de acero y pólvora que durante décadas ha sido considerado por Washington como un daño colateral inevitable del sueño americano.

Sheinbaum reveló que, tras la visita del Secretario de Estado Marco Rubio, se acordó que el país vecino “reforzará sus operativos”. Es decir, prometió combatir el tráfico ilícito que él mismo alimenta, una revelación tan asombrosa como si un pirómano anunciase que, en un gesto de buena voluntad, comenzará a llevar un cubo de agua consigo.

La estrategia federal, nos aseguran, se basa en atacar las causas estructurales de la violencia. Mientras tanto, el gabinete de seguridad desfilará religiosamente cada quince días por Sinaloa, una peregrinación que demuestra un compromiso tan tangible como la visita del obispo que bendice los campos de batalla. La Guardia Nacional se fortalece, la inteligencia trabaja y las fiscalías se coordinan, en un ballet institucional que aspira a contener una hemorragia con vendas de seda.

El discurso culminó con una proclama que resonó en la brisa marina: la esencia del pueblo mexicano no está en venta. Una afirmación poderosa, que contrasta con la cruda realidad de un territorio donde la vida cotidiana sí tiene un precio, marcado por el mercado negro de la violencia. La Presidenta vive un “momento especial“, un éxtasis de avances y desarrollo que, para muchos de sus gobernados, se parece sospechosamente a un espejismo. ¡Que viva la firmeza retórica! ¡Que viva Sinaloa!

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