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El ingenio criminal del fentanilo y la farsa de la guerra contra las drogas

Los narcos reinventan el juego: nuevas tácticas para burlar controles en el lucrativo negocio del fentanilo.

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El ingenio criminal del fentanilo y la farsa de la guerra contra las drogas

En un giro irónico que dejaría sin trabajo a los guionistas de Hollywood, el Cártel de Sinaloa ha perfeccionado su logística con la precisión de una startup tecnológica. Según el New York Times, estos emprendedores de la muerte ahora transportan fentanilo en los mismos vehículos donde antes movían cocaína, demostrando que en el crimen organizado también aplican la economía circular.

Un anónimo artista del contrabando —que bien podría dar clases en el MIT— explicó su última obra maestra: “Rociamos los paquetes con cloro para confundir a los perros, como si fueran trapeadores de lujo”. El detalle del papel carbón, añadió, es un guiño retro a cuando los espías de la Guerra Fría escondían microfilms. Qué romántico.

La investigación revela que los narcos han adoptado la filosofía lean startup: envíos más pequeños, iteraciones rápidas y adaptación constante. “Nunca repetimos escondite”, confesó un traficante, cuyo currículum debería incluir “experto en diseño de espacios reducidos para automóviles medianos”. Honda y Toyota, sin saberlo, se convierten en cómplices ideales: sus modelos son tan comunes que hasta un vehículo cargado de muerte pasa desapercibido.

Mientras tanto, las autoridades juegan al gato y al ratón con un presupuesto de miles de millones. Los retenes militares se multiplican como setas después de la lluvia, los sobornos aumentan como acciones de Tesla, y los agentes fronterizos revisan autos con la eficiencia de aduaneros ebrios. Todo esto, mientras la DEA redacta informes que confirman lo que ya sabíamos: el sistema es tan efectivo como un colador para contener el agua.

En este absurdo teatro, la única verdad incómoda es que la prohibición ha creado el negocio perfecto: alto riesgo, altísimas ganancias, y una innovación que haría llorar de envidia a Elon Musk. Swift y Orwell se revuelcan en sus tumbas: la sátira ya no necesita escritores cuando la realidad supera toda ficción.

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