El lamento estratégico que reescribe la historia colonial

El lamento estratégico que reescribe la historia colonial

En un espectáculo digno del teatro más absurdo, el gobierno mexicano ha encontrado motivo de celebración porque un dignatario español finalmente reconoció lo que cualquier manual de historia básica relata: que la conquista implicó ciertos… inconvenientes para los pueblos originarios. ¡Qué magnanimidad la de los conquistadores modernos al admitir que saquear, esclavizar y diezmar culturas enteras quizás no fue el acto más diplomático!

El ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, pronunció las palabras mágicas durante la inauguración de una exposición de arte indígena: Hubo injusticia, justo es reconocerlo hoy y justo es lamentarlo. Una declaración tan revolucionaria como decir que el agua moja, pero envuelta en el lenguaje burocrático que convierte genocidios en meras discrepancias históricas.

La coreografía del arrepentimiento calculado

La presidenta mexicana Claudia Sheinbaum no tardó en calificar este reconocimiento como primer paso. Seis años esperando una disculpa y terminan conformándose con un lamento. Es el equivalente diplomático de pedir perdón diciendo lamento que te hayas sentido ofendido — técnicamente correcto, pero moralmente vacío.

El circo de la reconciliación histórica comenzó en 2019, cuando el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador envió una misiva al rey Felipe VI y al pontífice Francisco exigiendo que se disculparan por aquella invasíon que casualmente duró tres siglos. Porque nada dice diálogo entre iguales como exigir disculpas por eventos ocurridos cuando los bisabuelos de los bisabuelos de quienes piden perdón ni siquiera habían nacido.

Las consecuencias del teatro diplomático

Las relaciones bilaterales llevan años en esta danza peculiar donde España critica la carta pero mantiene inversiones, México anuncia pausas en las relaciones que nunca se materializan, y las empresas españolas como Iberdrola terminan pagando los platos rotos de este drama histórico. La no invitación del monarca español a la toma de posesión de Sheinbaum fue el último acto de esta tragicomedia — un gesto simbólico que cambia todo para que nada cambie.

Mientras tanto, los pueblos originarios — esos invitados de piedra en este debate — continúan esperando que alguien se acuerde de que su dolor no es una reliquia museística sino una herida que sigue sangrando en forma de marginación y despojo actual. Pero qué importa eso cuando hay declaraciones cuidadosamente redactadas que celebrar y fotos protocolarias que tomar.

Al final, este intercambio diplomático demuestra que es más fácil lamentar crímenes de hace cinco siglos que enfrentar injusticias contemporáneas. Una lección magistral en cómo usar la historia como distracción mientras el presente sigue igual.

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