Nacional
El macabro colapso de las morgues mexicanas en cifras
El frío informe estadístico revela el colapso de un sistema que trata a los fallecidos como mercancía en un macabro almacén nacional.

El Gran Almacén Nacional de la Muerte: Una Tragedia en Cifras de Congelador
En un espectacular despliegue de eficiencia burocrática post-mortem, los Servicios Médico Forenses (Semefos) alcanzaron niveles de saturación heroicos a fines del año pasado, según el más reciente recuento de un país que, al parecer, se dedica más a producir cadáveres que a resolver su origen.
Los datos, fríos como las cámaras de frío que los albergan, pintan el retrato de una nación en plena ebullición mortuoria. El censo revela una capacidad máxima de 8,079 espacios para almacenar ciudadanos con tejidos blandos y 7,428 para los que, habiendo sido despojados de dichos tejidos, esperan en osteotecas. Una suerte de sistema de clases sociales para los difuntos, donde la conservación es el nuevo estatus.
Para diciembre, estos anfiteatros, que más bien parecen centros de distribución logística de la no-vida, almacenaban una colección de 10,045 cuerpos completos y una surtida variedad de 3,295 segmentos, fragmentos y restos no identificados. El detalle macabro alcanza niveles de surrealismo contable: se recibieron 1,988 piezas y 98 kilogramos de segmentos; 27,703 piezas y 16 kilos de fragmentos; y 7,815 piezas con 158 kilos de restos sin identificar. El país no solo exporta autopartes, parece ser líder en la producción de componentes humanos.
El Estado de México, Guanajuato y Baja California se coronaron como los campeones en recepción de material humano, compitiendo ferozmente por el primer lugar en este macabro ranking de la productividad thanatológica. El 82% de los envíos correspondió a hombres, confirmando que el sacrificio humano sigue siendo, mayoritariamente, un deporte masculino.
La maquinaria estatal demostró su eficacia: de los 97,704 cadáveres que lograron egresar del sistema, 90,530 fueron amablemente identificados. Los 2,332 no reclamados recibieron el destino final que el Estado reserva para los que nadie reclama: una humilde fosa común individual, el último gesto de caridad institucional.
El informe, en un alarde de cinismo delicioso, justifica esta recolección de datos bajo la nueva Ley General en Materia de Desaparición Forzada y el Programa Nacional de Exhumaciones. Mientras las familias buscan a sus seres queridos, el Estado responde con estadísticas impecables y cámaras frigoríficas llenas. Un monumento a la capacidad de medir con precisión milimétrica una tragedia que se niega a detener.
Con 212 anfiteatros operando a todo vapor, la República se consolida no como un país que resuelve los crímenes, sino como el que mejor los almacena, cataloga y refrigera. Jonathan Swift, en su modestia, nunca soñó con una sátira tan perfecta.

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